AQUELLOS PESEBRES

Por Diego Franco Valencia

El pesebre es una de las identidades del pueblo colombiano, especialmente armado para celebrar estas festividades navideñas.

En todo hogar católico prima el pesebre, en alto porcentaje, sobre otras tradiciones ornamentales típicas de la época del año dedicada a los niños, pero que los adultos disfrutan volviendo su mirada al ayer, donde se ubican los recuerdos de infancia.

Desde antes de tener «uso de razón» tenemos remembranzas de la Navidad, animada por los villancicos, el pesebre, las velas, las luces y los regalos camuflados en la figura del »Niño Dios». Época de ensueños y de recuerdos inolvidables que se acompaña con el regreso al lugar nativo y con el reencuentro de las personas que se nos hacen gratas.

Todo esto es válido, especialmente en unos tiempos donde el egoísmo y los intereses personales priman sobre el bienestar colectivo.

Los paisajes del pesebre hacen referencia al nacimiento de Jesús, el Salvador que encarnó las profecías descritas en los libros Bíblicos. En él se trata de reconstruir la «tierra Santa», descrita en los Evangelios, asiento de pastores y comerciantes o mercaderes de la Palestina de hace más de dos mil años.

Con todo, el ingenio de los constructores de pesebres, así hayan desdibujado la realidad, conserva la Sagrada Familia (José, María y el Niño), los reyes Magos, los pastores y las ovejas, así como los parajes desérticos de aquellas remotas regiones, como elementos sempiternos del pesebre ideado por Francisco de Asís.

Vale la pena evocar, ahora, aquellos personajes que, en su momento, denominamos «los hacedores de pesebres» y que, de niños visitamos en casas situadas desde la periferia del pueblo, pasando por las «mansiones» de las mejores familias y por lugares públicos como el Hospital, la Alcaldía, el Parque principal. Todas han sido locación para mostrar «aquellos pesebres» que hicieron historia.

Brígido  Encizo fue un carpintero, que se especializó en el tema del pesebre. Ayudado por su hijo Fabián, empezó haciendo la choza en el pesebre del templo y terminó, por encargo del Padre Estrada y el párroco Carlos Giraldo Vélez y otros que les sucedieron, construyendo su totalidad con figuras que se hicieron famosas en la localidad. Cada año mejoraba el sitio sagrado incluyendo figuras en movimiento, como caminantes, carros, trenes, gansos y pescadores ubicados en lagos artísticamente construidos con papel cristal, espejos rotos y cauces de agua artificial. Don Julio, si se quiere, fue el predecesor lejano de César Augusto

Perea, un joven marsellés, formado en Artes Plásticas de la Universidad Tecnológica, que hoy recrea con sus conocimientos de mecánica y de los principios eléctricos, otro tipo de eventos como el aserrío, panaderos, operadores de aljibes, etc. Todo ello le da un encanto «paisa» especial al pesebre que soñaron tener en su propio hogar otros artistas como

Carlos Castaño, Saulo Gómez, pobladores del barrio obrero, contiguo a la Escuela Juan José Rondón. Esos fueron lugares comunes de nuestras «romerías» de niños en épocas decembrinas.

Don Saulo iluminó el pesebre, con postes y «centrales eléctricas» que emulaban la vieja estación de la Chec, frente al Cementerio local.

Pesebres de ensueño fueron los que construyeron, en su momento, los señores Emilio Cardona, Bernardo Hoyos, las Hermanas Dominicas en el Hospital San José y las monjas Betlemitas en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, hoy Casa de la Cultura.

«Aquellos Pesebres» y los de hoy, no solo nos remiten a la infancia, sino que nos obligan a reflexionar que es posible transformar la convulsionada Colombia de hoy, retornando a nuestra vida de párvulos, procurando encontrar la paz que reclaman las generaciones de hoy y las del futuro. Al son de los repiques de campanas y acordes de la música navideña, será posible lograr la felicidad que tanto soñamos, así sea por unos efímeros momentos.

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