DE «CARELORA» A COOTRANSMAR

Por: Gustavo Alberto Ortiz Maldonado

Lo más lejos que puedo recordar de cuando era niño fue cuando viví en la casa donde ahora vive Germán Pérez, diagonal a la casa de Doña Magola viuda de Arias, la casa era de propiedad de Don Alcides Duque, padre de Don Alí Duque. Marsella era un pueblo de calles destapadas y unos pocos vehículos, el nuestro era un hermoso vecindario de niños. Todos éramos pobres pero extrañamente no lo sabíamos, en ese tiempo era muy fácil ser niño. lo único a lo que le temía todo el vecindario era a la muerte repentina de los pequeños, la muerte parecía vivir agazapada entre nosotros, Hacía  apariciones repentinas pero metódicas y eficaces: El hijo de Don Heladio que se murió porque supuestamente le había caído sangre a los sesos, que era la manera que teníamos de decir que había sufrido un derrame cerebral; la hijita mayor de Dona Dora Suaza que se murió del corazón cuando recién se había convertido en señorita: Charrito que se murió porque un aimgo lo había chuzado con una almarada y otros más. cuyos nombres no puedo recodar porque les había dado tosferina o porque los habían ahogado las lombrices. Yo mismo había tenido varios episodios de lombrices y había sido purgado varias veces para conjurarlas.  Recuerdo vívidamente a cada uno de mis vecinos: A Don William López y a sus padres, en la esquina superior izquierda de mi cuadra a la familia Correa Gómez, en la esquina superior derecha. A la familia de Don Antonio Arias al frente; a Doña Dora Suaza que ya era viuda; más abajo de mi casa a la familia Quiceno que les decían los requesón En la esquina de abajo a Doña Tamelia, la mamá de Don Elias Bedoya, y a Don Eladio el buñuelero. También recuerdo a la familia Duque porque ellos han vivido en su enorme casa desde que Noé desembarcó en el Arca de la Alianza en las inmediaciones de la Nona, y a Don Gildardo Mejía y a sus hijos. Adyacente a mi casa, y por el mismo andén, vivía el más pintoresco de todos los vecinos.Un repentista de última hora le había endilgado un apodo que describía de manera fiel y contúndeme los rasgos físicos de esa persona: «Carelora;». La primera vez que recuerdo haber visitado la capital del Departamento tenía un poco menos de seis años, en esa oportunidad abordamos el carro en la propia casa de «Carelora», nuestro vecino. Vivíamos en una época donde no se utilizaban las bolsas plásticas, todavía empacábamos la carne en hojas de bijao, la pucha de papas y el maíz       se pasaban de los costales a las hojas de periódico o a los pliegos de papel , las maletas empezaban a reemplazar las cajas de cartón donde nos llegaba el suministro de cigarrillos, apenas se estaba meditando el porvenir del papel higiénico, las toallas sanitarias y el jabón Ternura, pero en cambio si existían las píldoras del Doctor Ross. el aceite de hígado de bacalao, la sal vida lister, porque «hígado aliviado es amor asegurado», y el maldito jarabe Piparzol con el que mi madre me había purgado ese día por la mañana Tal vez por un extraño fenómeno sideral el purgante me revolcó las entrañas con la furia de un temporal y enrevesó mi intestino con retorcijones impetuosos que amenazaron el control de mis esfínteres, se lo hice saber a mi madre y ella a «Carelora»:

-Ay, fueputa. ¡No se vaya a ensuciar ahí, mijo, avíseme con anticipación me lo dijo casi como una súplica. Se apuntaló en la cabrilla del vehículo para reacomodarse en su asiento, se dirigiió al resto de los adultos que iban en el carro y añadió:

 -Si le digo a Don Suy que me tocó comprar jabón para lavar el carro se pone furioso el viejo guevón ese. A «Carelora» le locó hacer varias estaciones en la carretera y se detuvo en «Ventiaderos» para que mi mamá pudiera  enjuagarme el trasero, iba preocupada porque no sabíamos a que horas regresaríamos. Se viajaba a Pereira pero por la ineficacia en el transporte no se sabía la hora de regreso, y pasearse por las calles de la capital con niño medio cagado era una pequeña pesadilla para casi cualquier persona. Fueron tiempos inolvidables, todo nos quedaba cerca cercano el amor de nuestros padres y el afecto de nuestros amigos, ahora todo nos parece más distante. No es así me dicen mis amigos, ahora podemos vernos virtualmente con nuestros hijos a casi cualquier hora asi vivan al otro lado del mundo. ya tenemos papel higiénico y bolsas plásticas, pero por sobre todo el formidable servido de COOTRANSMAR. ¡Lo había olvidado? Sin embargo aún me queda el recuerdo de “Carelora “ ,sus hijos Reinel,Derly y su sposa Graciela. La última vez que supe de ellos andaban por Quimbaya: ellos, en cambio, tal vez ya nos habrán olvidado para siempre

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