EL AVISPON, UN CACHARRITO SINGULAR

Hace más de medio siglo lo vimos recorrer las calles  empedradas y polvorientas de Marsella, en una época en que apenas el urbanismo local estaba conformándose. El «centro» estaba constituido por unas ocho manzanas con muy pocas vías pavimentadas y los barrios periféricos estaban distantes de él. A «duras penas» se podía ir al barrio San Vicente, por la calle empedrada de «Chapinero», al igual que al barrio Bolívar, por una calle larga y empinada que conservó su «piedra cuñada» hasta hace pocos años. Un rústico puente de madera permitía el paso sobre la quebrada de Marsella que serpenteaba por donde hoy corre la Avenida Villarrica, barrio que tampoco existía. Para subir al «Morro» e ir a la Rioja o a la Pista, se tenia que atravesar la laguna de la «Plazuela», formada por las quebradas de «Las Cuadras» y la «Liberia». Solo existia un estrecho paso por el frente de la actual escuela Mariscal Sucre, que tampoco existía.

Asi que nuestro paisaje era el de una aldea pacifica y sin trancones vehiculares como se presentan hoy. Las bestias caballares eran los «vehículos» comunes de los campesinos que en los días de mercado los «parqueaban» en las antiguas pesebreras, después de haber inundado de «cagajón» las estrechas calles y que luego servía de materia prima para que alhamíes como «Proceso» o Joaquín Pablo Cardona, embellecieran las fachadas de las viejas casonas de arquitectura colonial antioqueña, en un derroche de «arte» y especial olor que los hizo famosos. Ese era el pueblo de «entonces», donde se vivía apaciblemente y las tertulias y el saludo de los vecinos eran las únicas fuentes del sonido coloquial. Pocos carros se parqueaban en la calle de don Emilio Cardona o en la calle de los Posada Castaño. Eran los escasos vehículos de servicio público que transportaban a los feligreses hasta Pereira o Chinchiná, para facilitar el comercio.

A veces, el estruendoso ruido del motor, sin silenciador, del «Avispón» contaminaba «el ambiente» y afectaba el sosiego y la tranquilidad de los lugareños. Este era un automóvil Ford, modelo 1939, que seguramente había sido armado por su propietario y conductor Carlos Castaño. Solo él lo reparaba y le conocía sus «resabios». Lo paraba y lo ponía a andar cuando quería. Amarraba con alambres y cabuyas toda pieza que se le soltaba. De tal manera que por donde pasaba el «Avispón» parecía que se trasladaba un cajón con trebejos o chécheres. Fue el precursor del «Yípao» y, para nosotros, el «primer taxi» que recorrió nuestras calles. Su figura redonda y verde oliva fue un símbolo para los muchachos de entonces a quienes no dejaron de decirnos que no nos subiéramos a ese carro, abandonado en las noches, porque allí dormían brujas y duendes que asustaban. Este «Avispón» fue el arquetipo del sueño de poseer vehículo particular. Ese «cacharro» era un personaje del pueblo. Origen de charlas, burlas y hasta de admiraciones. Era una «maravilla mecáni­ca» que bastante sirvió para llevar enfermos al hospital y transportar mercados y verduras en la zona urbana. El carrito, de cuatro puertas y un enorme baúl, fue el orgullo para su propietario. Tenía una característica especial: las puertas traseras abrían en sentido contrario, es decir, de adelante hacia atrás. Llegaron a decir que el pito era una trompeta que soplaba su conductor cuanto se aproximaba a las esquinas o alguien amenazaba con atravesarse, imprudentemente, en su camino y hasta los frenos eran los pies de don Carlos, calzados con unas botas de suela gruesa de caucho que para tal fin le había fabricado don Pedro Morales en «la Bota Fuerte», su zapatería. El viejo era indisciplinado y se tomaba sus tragos andando en su adorado vehículo, a tal punto que nadie más lo manejaba. Ese si era un verdadero «carro particular». Cuentan que, una vez, estando bebiendo en «Hoyo Frío», le robaron el carrito. Don Bernardo Giraldo, el cantinero, le avisó y don Carlos tranquilamente, le respondió: «No se preocupe viejo que con ese carro no llegan a «San Luis». Efectivamente allí lo recogió al día siguiente para efectuar el primer viaje veredal de la semana… Anécdotas de tiempos idos que nos recuerdan, como decía don Carlos, que por viejos y desvencijados que estemos «alguna vez también fuimos último modelo».

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