EL MERCADO EN LA PLAZA

Por Diego Franco Valencia

 Cuando era niño  ( años 50) tuve que hacer el primer mandado a la Plaza: comprar el kilo de carne para iniciar la semana. Era un dia domingo. En medio de la bullanguería del mercado, la voz pausada y trémula de don Jesús Cadavid, «el carnicero mayor», por ser quizás el mayor délos expendedores de carne que se ubicaban en la plaza, me causó tanta impresión por su tono amable y deferente, como el reloj del balanzón que se suspendía apoyado en el travesaño mayor de la tolda que cubría la mesa de madera. Las carnicerías se distribuían en dos fi las por el costado oriental, calle que daba el frente al Palacio Municipal donde funcionaba la Alcaldía y el Teatro Marsella.

Por aquella época ya don Urías Correa nos enseñaba a conocer el reloj, a identificar las horas, en grado primero, en la Escuela urbana de Varones.

Cumplida la misión regresé al hogar. Con la satisfacción del «deber cumplido» quise indagar a mi mamá sobre el encanto que tenía un domingo en la plaza, pero como mi inquietud quedó en el balanzón, le sugerí una explicación sobre la quietud de sus manecillas. «A toda hora son las doce, mamá, y el reloj se mueve cada que se despacha un cliente». Con una simple pero certera respuesta aclaró que aquel reloj no marcaba horas si no peso, peso en Kilos, peso de materia, que para don Jesús y los otros compañeros significaba «pesos», de esos con que se compran las cosas que nos gustan y, a veces, hasta las que no nos gustan. Volví al mercado y quise contemplar todo lo que en torno a él se movía. Claro que los «pesos» circulaban por doquier. En las carnicerías primordialmente; pero, además, en el kiosko de Tista Morrocoy, en la canasta de don Eladio, el buñuelero; en el café de Suv Bedoya, en la tienda de Don Emilio o de don Clímaco Ríos, en el almacén de don Antonio lssa y en el carriel del vendedor de pomadas milagrosas o culebrero que con una enorme serpiente (invisible, por cierto) traída de las selvas del Amazonas, la cual nunca conocimos los curiosos, porque, según él, no se podía sacar de su morada porque era más peligrosa que el barberazo de cualquiera de los compañeros de Blanca Nieves. Con ese cuento cautivaba a sus clientes y agotaba el surtido de vaselina. El café turista y el Bar Social eran los sitios de encuentro de clientes, proveedores y carniceros. Y sucedía que los carniceros eran de los hombres representativos del pueblo, gastadores y alegres que mostraban tener un excelente nivel de vida. Eran, para los muchachos y hasta para muchos viejos de entonces, los ricos del pueblo. Su desay uno espectacular.

De aquel paisaje de pueblo, casi aldeano, muy pocas cosas quedan: los carniceros envejecieron. Unos murieron, otros emigraron cuando quebraron por el incumplimiento de sus deudores, o por huir de sus acreedores, cuando ya el ganado no se compraba a «ojo» si no «kiliado» en la feria de Pereira. A otros se los llevó la violencia partidista (época para olvidar). Ya no están Félix Trujillo, Luis Cardona, Jesús Cadavid e Hijos, Juan Antonio Valencia, Pedro Pablo Valencia, Gonzalo Valencia, don Jorge Luis Valencia quien era el arriero de los Cerdos y, además, tenía su puesto en la plaza. Fueron los carniceros desde los años 35, acompañados luego por Luis Eduardo Peláez y su hijo. Gustavo Aristizábal (Meleguindo), AlfonsolOttiz (Guamo), Don EmeterioOrtiz, Carlos Angel (La Choncha), Fabio y Alonso Hoyos, Pacho Quirama, Francisco (Kiko) Gómez, José Manuel Mejía, Luis Largo, Jaime Osorio (Molinillo), Ricardo Vélez y Francisco Botero, Gregorio Betancur, Germán Cardona (El Amplio) y Leónidas Duque

Por aquella época Rómuloy Rodrigo Cadavid eran los aprendices. Los deshuesadoras o talladores: Hernando, Gilberto y Arturo Cadavid (hijos de Don Jesús), Angel María Cadavid, padre de quienes inspiran esta crónica y Aurentino Tabares.

Otra cosa eran los matarifes y cargueros, con sus viejas y robustas bestias: Manuel Valencia Arias, alias Cuerero. Félix Trujillo, Próspero, Olimpo, Misael y Heriberto Valencia, Miguel Vélez (padre e hijo), Aurentino Tabares, Jesús Ocampo y Conrado Correa (Conraito), Pacho y Rubén Rojo con sus hijos y parientes. Cuántas nav idades y festejos populares engalanaron con sus disfraces y jolgorio!.

Hoy no están ni el bar Turista, ni el café de Suy, ni la tienda de Clímaco, ni el Kiosko de Tista, ni la canasta de Eladio. Tampoco la figura de Don Antonio lssa, ni el cajón, la culebra y las pomadas, ni la figura del trashumante culebrero… No existe el registro fotográfico de Don Guillermo Gil.

No superviven los toldos que cargaban a cuestas el Gallinazo, Rubén y el viejo Piojo. Ellos son parte de la historia romántica de Marsella. Hasta la galería (inaugurada en 1972), que albergó a los sobrevivientes de aquella época en que el negocio era rentable en grado superlativo, entró en decadencia. Hoy solo nos quedan Don Rómulo y Don Rodrigo Cadavid, como sobrevivientes de una generación que construyó historia en el se compraba a «ojo» si no «kiliado» en la feria de Pereira. A otros se los llevó la violencia partidista (época para olvidar). Ya no están Félix Trujillo, Luis Cardona, Jesús Cadavid e Hijos, Juan Antonio Valencia, Pedro Pablo Valencia, Gonzalo Valencia, don Jorge Luis Valencia quien era el arriero de los Cerdos y, además, tenía su puesto en la plaza. Fueron los carniceros desde los años 35, acompañados luego por Luis Eduardo Peláez y su hijo. GustavoAristizábal (Meleguindo), Alfonso Ortiz (Guamo), Don EmeterioOrtiz, Carlos Angel (La Choncha), Fabio y Alonso Hoyos, Pacho Quirama, Francisco (Kiko) Gómez, José Manuel Mejía, Luis Largo, Jaime Osorio (Molinillo), Ricardo Vélez y Francisco Botero, Gregorio Betancur, Germán Cardona (El Amplio) y Leónidas Duque

Por aquellaépoca Rómuloy Rodrigo Cadavid eran los aprendices. Los deshuesadoras o talladores: Hernando, Gilberto y Arturo Cadavid (hijos de Don Jesús), Angel María Cadavid, padre de quienes inspiran esta crónica y Aurentino Tabares.

Otra cosa eran los matarifes y cargueros, con sus viejas y robustas bestias: Manuel Valencia Arias, alias Cuerero. Félix Trujillo, Próspero, Olimpo, Misael y Heriberto Valencia, Miguel Vélez (padre e hijo), Aurentino Tabares, Jesús Ocampo y Conrado Correa (Conraito), Pacho y Rubén Rojo con sus hijos y parientes. Cuántas nav idades y festejos populares engalanaron con sus disfraces y jolgorio!.

Hoy no están ni el bar Turista, ni el café de Suy, ni la tienda de Clímaco, ni el Kiosko de Tista, ni la canasta de Eladio. Tampoco la figura de Don Antonio lssa, ni el cajón, la culebra y las pomadas, ni la figura del trashumante culebrero… No existe el registro fotográfico de Don Guillermo Gil.

No superviven los toldos que cargaban a cuestas el Gallinazo, Rubén y el viejo Piojo. Ellos son parte de la historia romántica de Marsella. Hasta la galería (inaugurada en 1972), que albergó a los sobrevivientes de aquella época en que el negocio era rentable en grado superlativo, entró en decadencia. Hoy solo nos quedan Don Rómulo y Don Rodrigo Cadavid, como sobrevivientes de una generación que construyó historia en el Marsella de ayer y el viejo balanzón en el que «siguen siendo las doce», como si el tiempo no hubiese transcurrido .

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