HISTORIAS DE MARSELLA : EL POETA QUE SE AHOGÓ EN EL CAUCA

HISTORIAS DE MARSELLA: EL POETA QUE SE AHOGÓ EN EL CAUCA
Por Jorge Emilio Sierra Montoya
Del médico y poeta Leonidas López venimos celebrando en Marsella, por iniciativa de nuestra Academia de Historia, un año en su honor al cumplirse el centenario de su muerte en 1921.
Pero, ¿quién era él? En mis memorias, escribo lo siguiente cuando menciono a la finca El Tablazo, propiedad entonces de su familia…
REGRESO A EL TABLAZO:
Leonidas pasó muchos días en El Tablazo, sobre todo tras volver al pueblo, cuando concluyó estudios de medicina (aún no se sabe si en París o Bogotá) y comprobó, presa del dolor más intenso, que su antigua novia de juventud se había casado.
Pensaba a cada momento, con nostalgia, en el romance que truncó la férrea oposición de su padre Nicasio, y se encerró allí, en uno de los cuartos repletos de libros, a escribir versos románticos y aplicarse morfina, droga recién llegada que los intelectuales consideraban el medio perfecto para alcanzar el paraíso, lejos -creían- de tener graves consecuencias sobre su salud, incluso en opinión de médicos tan autorizados como él.
Corrían los años veinte del siglo pasado.
MÉDICO, PERIODISTA Y POETA:
De hecho, Leonidas permanecía la mayor parte del tiempo en el pueblo, donde tenía el consultorio en uno de los locales de la planta baja de su casa, situada en una esquina de la plaza, el parque principal donde se paseaba con sus amigos, declamando poemas modernistas (de Rubén Darío, Silva y Valencia), cuyo ritmo musical los seducía más que nada en el mundo.
Dirigió algún periódico de Marsella, era columnista de un importante diario manizaleño, y el prestigio de sus escritos trascendió las fronteras de la provincia, tanto que, poco después de su prematuro fallecimiento, el padre Fabo, en la Historia de Manizales, lo consagró en forma definitiva con un texto que los niños de la escuela leímos por décadas con entusiasmo y orgullo ante la bien ganada fama de su paisano.
“Me cautiva Leonidas López -declaró el célebre historiador-, a quien reputaba yo mejor cirujano literario que médico: con el bisturí y el escalpelo de la pluma era una potencia; sus análisis químicos y bacteriológicos del bacilo de la ironía me seducían”.
Seducían, subrayemos. “Amo la luna / porque tiene un alma / más triste que la mía”, escribía el poeta, conmoviendo a las jovencitas que lo idolatraban en silencio.
UNA MUERTE TRÁGICA:
De El Tablazo fue de donde Leonidas partió en su caballo a buscar la muerte.
Iba a atender el parto -según la versión oficial, contada por mi abuela materna, Clara Isabel López, prima hermana suya- de la siempre recordada novia de juventud, quien ahora vivía con su esposo en una finca por los lados de Beltrán, pasando al otro lado del río Cauca.
O iba con su amante -según la versión opuesta, al parecer más fiel a la realidad, para desgracia de su ilustre familia- rumbo a Belalcázar, municipio al que la feliz pareja huía lejos, muy lejos, de las habladurías del pueblo.
Pero, de esas habladurías no lograron escapar cuando, entre las aguas turbulentas del río Cauca, fue rescatado el cuerpo sin vida del poeta, noticia que recibió amplio despliegue en periódicos del municipio, del departamento de Caldas y de nuestro país.
“Leonidas López ha muerto”, titulaban.
(Próxima entrega: La casa de doña Ester Arango)
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