Hombres de agua en Marsella
Por :Guillermo Gamba López
Tomado de «Grano Rojo»
guillergalo / 16 de octubre de 2012
Los vientos del volcán nevado del Ruiz los traen,
los del Tatamá los llevan,
son polen de polvo vivo en camino de un pueblo verde.
Desde ese suelo germinaron.
Son hombres marselleses que cimientan amantes la tierra,
espirales de hojas lentas,
arman lomas con lecciones de ecología profunda,
redimieron edificios de la colonización antioqueña y ennoblecieron sus aposentos.
Carlos Arturo López es un peregrino que aprendió a aprender en caminos nuevos,
rastrea simientes entre la lluvia y un viento loco, la fluidez de la vida.
Vibra como hombre Americano mestizo y universal,
Norte a Sur, tiene vuelo de zorzal y pisada, sur a norte.
Es verde y suena a madera que se crece siempre como fresno rosado,
atrae esperanza, amor, paciencia y habla con palabras húmedas,
detrás su sombra de flores conduce una esperanza activa,
rasga de sueños distintos el abismo de la noche solar
y para eso edificó su propio Stonehenge en el patio,
parcela donde fertiliza esa loma porosa de ceniza del Río San Francisco,
allí donde siembra heliconias, follajes y cantan los pájaros.
Persuade a pensar el clima y las señales de la tierra,
salta, gira y protesta detrás de la vía láctea,
ve mil estaciones nuevas,
anuncia calores ignotos, fríos ajenos, desastres de aire furioso
y los mira con ojos de veinte años que ven chocar piedras de agua en negras mañanas.
Un día tiritarán mujeres y ruiseñores.
Abre oídos y sorpréndete, llena tu boca de flores,
una ráfaga persuasiva atravesó a Marsella con palabras de profeta,
era don Tomás Issa, el maestro.
Una palabra con fulgor de agua vieja en una mañana terapéutica de malva,
nos enseñó a comprender a Gaia, los átomos, formas animales,
mecanismos orgánicos y secretos de nuestro cuerpo y enfermedades sociales,
los mil soles y hasta ese hueco repleto de estrellas de imán oscuro.
Por ellos, las mujeres y todos sus pobladores, Marsella es pueblo verde y el Corazón del “Paisaje Cultural Cafetero”.
Don Manuel Salazar.
Manuel Semilla es el plantador y sembrador de lluvia y alma que ahora vive en Costa Rica.
Sus raíces sacras destierran la hierba mala, su voz acaricia montes y a cada árbol nuevo en sus raíces.
Persiguió las mil palabras y los rumores de los convites marselleses,
cuando la gente plantó su floresta en la cuenca de la quebrada La Nona,
y todo el pueblo se movilizó a comprar el bono del agua y a generar la zona de reserva forestal,
por iniciativa de liderazgos jóvenes: Carlos Arturo, Don Tomás y otros,
ya don Manuel Semilla tenía su bosque plantado en Altamira.
Era un duende entre su bosque porque siguió esas cruzadas,
ahora también en San Miguel de Grecia – Costa Rica-,
describe cada árbol con palabra clara y sonora hasta el parto fiero de sus semillas,
señala un germen verde, humilde, agreste,
que nace lento como es el camino y la vida en Marsella,
por eso atrae las voces nuevas.