LA CALLE DE LA RIOJA

“La calle larga de La Rioja”: entre la nostalgia y los tangos de “Cascale”

Por Diego Franco Valencia

La calle larga de “La Rioja”, es uno de los emblemas de nuestra localidad.

 Ese  nombre resuena en cualquiera de los marselleses presentes y ausentes, tanto por su contexto urbanístico como por su significado en nuestra historia individual y colectiva.

Sin temor a equivocarme, me atrevo a asegurar que ella ha sido una «institución» en nuestra geografía urbana y, seguramente, fue una de las primeras calles abiertas a barretón y pala por los fundadores del pueblo. Bordeando la oculta quebrada del Socavón (hoy conducida por el colector que serpentea a varios metros bajo tierra). Esta calle de viejas edificaciones de bahareque y tejas de barro, era el paso obligado por nuestros primigenios habitantes que tomaban dos senderos: uno, el de comunicación con el «camino Real» que unía a la aldea de Segovia con Manizales. incipiente ciudad que luego sería la capital del departamento de Caldas. El otro, el más fúnebre c indeseado. el que marcaba el último destino de los pobladores lugareño», el camino que lleva, hasta nuestros días, a la «morada final». Al cementerio. El lugar de nuestros muertos siempre ha estado por estos lares. Primero en el sitio del «Placer», hoy zona del matadero de ganado, vía a Cantadelicia. Luego (hacia 1928) reubicado en el sitio que hoy ocupa.

Así. nuestra calle se convirtió en «el camino del dolor» y de la angustia. Esta pudo ser la razón histórica para que a sus márgenes se ubicaran los cafetines y cantinas que hicieron historia, a través del tiempo. Sitios donde se mitigaban las penas y tristezas de «los dolientes» angustiados por la pérdida inexorable del familiar o el amigo o de «los otros entusados» que no soportaban d dolor y la angustia de la separación o el abandono del ser querido. Eso había que mitigarlo con «tragos», al ritmo de canciones nostálgicas: tangos, milongas o rancheras, o uno que otro pasillo, vals o bolero. Si  estaban los amigos, éstos complementaban el marco para «el desahogo». Si no. el cantinero, con consejos de todo tipo (muchos de ellos no muy buenos y sabios), contribuía a «aliviar» este sentimiento de nostalgia.

Se ubicaron, entonces, en la Rioja, personajes foráneos y locales que «administraban» el trago y la música de los amainados.

Asi surgió «Cascaje», un hombre sencillo y humilde, a quien pocos conocen por su nombre de pila. Jorge Luis Ríos Vélez. Venido del Cairo (Valle), donde nació en 1947. Se convirtió en uno de los personajes de la Rioja. a partir de 1968. tanto por su amabilidad, buen trato y lealtad, como por su vasto conocimiento de la «música vieja», la que conservaba en una colección de 700 discos de larga duración (L.P) y otros tantos acetatos de 45 y 78 revoluciones por minuto. De tal manera, allí, donde Cascale. estaban los «antídotos musicales» que reclamaban los «pacientes». Fue un sitio casi obligado de los «muchachos de entonces», para iniciar la tertulia de amigos y culminar la farra. El disco que se quería, allí estaba. Si se dudaba quien lo interpretaba, allí estaba también el conocedor, con el nombre del intérprete o de la orquesta. Tenga la seguridad que «no se pelaba». Pero, lo más llamativo y admirable era que Cascalc «no sabia leer». Cómo era posible que, en cuestión de segundos, estuviese colocando la canción solicitada?. Era su habilidad por reconocer el disco según el sello del mismo. Por su presentación o su deterioro o hasta por su posición en el estante. De todas maneras, donde Cascale confluían todos, no importaba su linaje, posición social o condición económica o de «malevaje». Todos se hacían amigos: el «doctor . el profesor, d empleado, el campesino, el comerciante, el banquero, el obrero, el conductor, el tendero y el malevo.

La calle de la Rioja, cuyo nombre evoca regiones vinícolas de España y Argentina, (seguramente quien inspiró su nombre reflexionó en este sentido) guarda, entonces, muchos recuerdos y hechos del pasado que se enmarcan «entre la paz y la violencia», típicas de los lugares de ocio y de bohemia.

Con todo, al volver la mirada al pasado, los marselleses de ayer, los intermedios y los de hoy. conservamos en la memoria sitios, personajes y lugares que, de alguna manera, ayudaron a hacer amigos o a paliar nuestras penas, al son de los tangos de Juan Darienzo, Enrique Rodríguez o de Alfredo de Angelis. de los pasillos de los Cuyos y del Conjunto América, de las Rancheras de Negrete. Pedro Infante o de Javier Solis y de los boleros de Pirela, Leo Marini, Toña la Negra y la Sonora Matancera, entre muchos otros y que hoy deben estar guardados en los estantes o baúles de Cascale. a la espera de que algún día retomemos a recorrer los caminos felices o fatales a los que conduce la vieja «Calle de la Rioja«.

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