LAS FIESTAS DE MARSELLA

Unos carnavales que empezaron en parrandas de cantinas y terminaron en «Amistad»

POR;DIEGO FRANCO VALENCIA

Referia el historiador Célimo Zuluaga que las parrandas y jolgorios de vecinos arrancaron casi que con la misma fundación de «Víllanica» o Segovia, hacia finales del siglo XIX.

En la calle de Marmato, hoy «Calle Real «, se asentaron los primeros colonos venidos del suroeste antioqueño y de Marmato. atraídos por la fiebre del oro, metal precioso cuya explotación, por fortuna, no prevaleció por mucho tiempo, una vez los mineros ingleses abandonaron los socavones de las minas y su maquinaria, cuando los líderes cívicos y religiosos no dejaron trasladar el pequeño poblado a los llanos del Rayado y Mayorquín.

Como buenos paisas, eran amigos del tapetusa, del ron de vínola y del alcohol etílico que se destilaba en rústicos alambiques, de manera artesanal. No había energía eléctrica y, en consecuencia, la amplificación sonora no existía. Los guitarreros y serenateros eran quienes amenizaban el ambiente, con canciones colombianas, pasillos, bambucos y algunos

ritmos traídos desde la «madre «España». Así, la calle de Marmato, conformada por unas chozas rústicas y de «vara en tierra», tenía, necesariamen­te. que tener el sitio destinado al ocio y a la «buena vida». Era la cantina de la aldea, donde la tertulia se amenizaba con aquellas «chicas buenas», embadurnadas con bayrum «siete medallas» (mezcla de ron y hojas de pimenta rosa, que formaba un elixir antiséptico cuyo olor caracterís­tico se usó en perfumería hasta hace poco. Era el «pachulí» de la época, o mejor, la loción Chanel de aquellos tiempos). Con todo, aquellas «flores de cabaret» fueron el encanto y la perdición de los mineros y. para para las esposas y comadres, nada distinto a «unas diablas malas», engendros de satanás.

Con el tiempo, se fueron institucionalizando estas parrandas hasta llegar a ocupar «la plaza» principal, en épocas decembrinas o en la celebración de las fiestas patronales. Así se gestó en nuestros antepasados ese espíritu alegre, de familiaridad, de hospitalidad y de simpatía que hoy nos enorgullece.

Seguramente un regaño desde el pulpito o una maldición del párroco de la época, hizo migrar «la guacherna» a un sitio igualmente encantador y destinado a aquellos menesteres bohemios. Fue el famoso «morro» de los años 1940 a 1970.

Gracias a una sociedad emergente distinta, con mayor cultura y «más encopetada», se empezó a hablar de festivales y bazares, ya con fines más altruistas y benéficos. Había que empezar a edificar la ciudad. Asi nacieron el templo parroquial, el parque de la Pola y las Plazuelas del Hospital y de «tres esquinas», la construcción de andenes, la construcción del Estadio la Rioja o la edificación de alguna escuela o colegio. Debieron su fortaleza al civismo de hombres y mujeres incomparables. Entonces, en algún momento, las fiestas o carnavales se institucionalizaron y, como dogma cívico, se celebraron cada año.

Grandes obras se emprendieron y tuvieron su origen al calor de la generosidad de los Marselleses, presentes y ausentes, aprovechando ese espíritu parrandero y de bohemia que llevamos por dentro. Mencionemos algunas: Reconstrucción del templo de la Inmaculada, afectado por un terremoto en 1962. Eran las fiestas de «Torres y Campanas», antes o después «paisas y cafeteros», «gitanos y andaluces», «Rosas y Hortensias», Adquisición de terrenos para la zona de reserva y mejoramiento del acueducto municipal, con los comités de «Aguas y Manantiales». Aquella fue una forma sana de «dividir» la población con buenas intenciones de hacer más fuerte la posibilidad de recaudar fondos, pero que, por infortunio, llegó a crear grescas y enemistades entre familias, que con el tiempo se perdonaron y volvieron a agruparse para sacar el pueblo adelante.

Recogiendo y analizando ese fervor ciudadano por colaborar con las obras cívicas y altruistas, entre ellas la financiación y apoyo al Hogar del Anciano, surgió la idea de institucionalizar unas fiestas, con periodicidad anual. Nacen las Fiestas de la Amistad», en la mente del Señor Miguel Ángel Echeverry, Secretario de Gobierno Municipal y con el apoyo de la alcaldesa de ese entonces (octubre de 1971), doña Adalgisa Restrepo de Bedoya, del Concejo Municipal, de unos pocos docentes y funcionarios públicos y bancarios y de una carnada de hombres cívicos y mujeres desprendidas entregadas a la misma causa, se cristaliza la idea. Hoy se fortalece una efeméride que da renombre a este terruño de encantos especiales.

Desconocemos el rumbo que tomó don Miguel Ángel, ya que no era nuestro coterráneo, pero no olvidamos sus palabras cuando vio materializado su sueño. Asomado en la ventana mayor del antiguo Palacio Municipal no dudó en exclamar: «¡Cómo no llamar «Fiestas de la Amistad» a este ambiente sublime de camaradería, familiaridad y optimismo, que hace sentir a todos y cada uno de los presentes, como si hubiésemos vivido aquí toda la vida, nos hace vivir como amigos, aunque no compartimos las parrandas de la calle de Marmato ni las delicias mundanas del «Morro» y otros lugares clandestinos!»

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