LEONIDAS LÓPEZ, EL POETA QUE SE AHOGÓ
EN EL RÍO CAUCA (Primera parte)
Jorge Emilio Sierra Montoya
Sigamos con la fiebre del oro en Marsella, esta vez por El Rayo, donde mi bisabuelo Vicente López Ocampo (padre de Clara Isabel, abuela materna), tenía su finca, según consta en el libro de Alfonso Ramírez Bedoya.
“Papito Vicente”, como le decíamos en nuestra familia, era cuñado de Nicasio López, quien llegó, hacia fines del siglo XIX, con su esposa Beatriz y algunos hijos (entre ellos, Leonidas, con apenas dos años de edad) desde Aguadas, al norte de Caldas, que era punto de entrada, desde Sonsón al sur de Antioquia, para miles de colonizadores paisas.
Entremos, pues, en materia.
NICASIO LÓPEZ, PADRE DEL POETA
(Primera parte)
La fiebre del oro siguió haciendo de las suyas en Marsella, a escondidas, de manera clandestina y en una que otra de sus primeras casas, por lo general a avanzadas horas de la noche. O en las fincas, donde los guaqueros confiaban en hallar un cementerio indígena, lleno de tesoros.
Tal fue el caso -¡válgame Dios!- de Nicasio López, uno de los pobladores pioneros, iniciales, quien debió haber llegado al pueblo cuando éste todavía no era municipio, con algún dinero que por aquellos tiempos era bastante escaso, pues empezó a construir, con sus compañeros de colonización, las amplias viviendas de bahareque, una de las cuales, en la Plaza de Bolívar, se conserva al lado derecho de la iglesia y llega hasta la esquina -Ver foto de Emilio Rojas-, doblando hacia la falda que hoy conduce hasta la vieja escuela para niñas.
A pesar de su riqueza, Nicasio era guaquero, tanto que, en una de las fincas de su cuñado Vicente López, por El Rayo, hizo con él varias excavaciones, aunque, por lo visto, nada encontraron.
Aquel era, en efecto, uno de los lugares que parecía cumplir a cabalidad con las señales sugeridas por las mencionadas leyendas sobre un tesoro en cuestión, como que estaba en la ruta hacia el Alto de Valencia y los planes del Cauca, según se proclamaba por doquier.
Pero, nada. Los compadres, que se querían como hermanos, no hicieron sino perder el tiempo en su afán por echar más dinero en sus arcas.
Frente a tan penosos resultados, Nicasio prefirió suspender dichas andanzas y dedicarse más bien a sus negocios y, en especial, a su finca El Tablazo, a la que se llegaba desde el pueblo a unos veinte minutos a pie, por un camino de herradura, entre cafetales y flores silvestres que a cada momento sorprendían a los solitarios caminantes, modestos campesinos que nunca dejaban de dar los buenos días.
Fue allí, en aquella finca, donde ocurrió la triste historia del doctor Leonidas López, uno de los tres hijos de Nicasio. Una historia de amor, digna de la época, a comienzos de los años veinte del siglo pasado.
(Próxima entrega: Versión oficial de la historia)