por Diego Franco Valencia
Mucho tiempo ha pasado desde el momento en que aparecieron en nuestro medio los primeros buses de escalera, conocidos más tarde como chivas. Aquel vehículo precursor paisa de modernos bases que hoy recorren nuestra geografía, fué para la generación de los años cincuenta todo un «personaje» mecánico”.
Nadie alcanza a imaginarse cuántas cosas cabian en esos enormes cajones rodantes de madera: el pasajero bien cómodo en unos confortables butacos que ocupaban de extremo a extremo la carrocería, únicamente con salidas laterales; el costal con las gallinas en la parte posterior; el lechón o cerdo recien nacido que se llevaba al veterinario de la ciudad o a la venta en la plaza de ferias. Encima en una parrilla a la que se ascendía, mediante una escalera metálica ubicada en la parte externa posterior del vehículo (de allí el nombre del mismo) estaba la «maleta» del pasajero aldeano: un costal con la remesa confundida entre los racimos de plátano, el cargamento de verduras de los negociantes del pueblo, el surtido para la ferretería del municipio, la madera para la ebanistería y, no en pocas ocasiones, un buen número de pasajeros recogidos de «ambulancia» que deseaban no perderse el «caché» de otear el paisaje mientras llegaban a su destino.
Con el bus de escalera apareció un nuevo personaje en el transporte colectivo que entró a ser parte de la caravana: el ayudante o «pato’. hombre rudo, de velocidad y agilidad Impresionantes para el cargue y descargue de la chiva, persona de confianza del conductor en quien recaía la responsabilidad de cobrar el pasaje a los viajeros en arriesgadas piruetas realizadas por las puertas laterales sin que el bus detuviera su marcha.
El bus de escalera tenía otra particularidad: un rudimentario paisaje en la parte posterior que era fiel muestra de artistas anónimos que combinaban colores de una manera extravagante pero simpática. Pero quizá lo más agradable del viaje en bus escalera era la llegada a la plaza principal en horas nocturnas, un enjambre de luces exteriores le daban la apariencia de un pesebre rodante.
No es muy fácil recordar nombres de aquellos que fueron conductores o ayudantes de aquellos vehículos con nombres como el Faisán, la Carabela, el ambulante, Ruperta. el enamorado o el verraco de Guacas, pero si evocamos algunos de ellos: Ancizar Grísales «penjamo», Evelio Calderón. Dionisio Rincón (Tocayo) ; Antero y Efrén Vlllada. Absalón Rivera, Jaime López, Abelardo Toro (caldo flaco) entre otros.
El bus de escalera esta en vía de extinción. Desapareció ya como J vehículo de transporte colectivo, En su agonía solo sirve como transportador de carga, pero hay que rendirle su homenaje por lo que representó en nuestro acervo cultural, hay que decirlo que aunque no tenía la confortabilidad de las modernas «machacas», ni poseían el radiopasacintas y el televisor si habla en el confuso ruido de su motor, en el grito del «pato» en el chillido del cerdo lechón y en la algarabía del costalado de gallinas un compañero inigualable que hoy al evocarlo