LOTEROS: VENDEDORES DE ILUSIONES

“Loteros: vendedores de ilusiones”

Por Diego Franco Valencia

llegado al disfrute de una pensión, pueden alcanzar el sueño de la «casita propia» o el vehículo de sus anhelos. Así, el tal «Premio Gordo» se convierte en una obsesión que, en la mayoría de los casos, ha llevado a la ruina a aquellos apostadores quiméricos que piensan, algún día, poseer los bienes que los situarán en otro estatus económico, superior al que pertenecieron toda la vida. Una manera de «tirarle tierra» a los ricos del pueblo que con sus dotes de poder y odiosas «fantocherías», los hicieron sentir inferiores o los marcaron como desposeídos, sin proyectos de mejoría.

El poseer fortuna, a costa del menor esfuerzo, desafortunadamente, se convierte en una de las características de nuestra sociedad, en un mundo influenciado por las ideas capitalistas. Pero este es tema de profundo análisis sociológico y económico que pertenece a otras disciplinas. Al fin y al cabo, aquí estamos hablando de nuestros apreciados loteros de pueblo. Por lo tanto, vamos al grano.

El primer lotero de que se tiene noticia fue «Toño Patria», un hombre menudo que recorrió estas «calles de Dios», presagiando fortuna con la Lotería de Manizales, cuando el billete constaba de cinco fracciones. Por eso «ganarse un quinto» era todo un acontecimien­to. Eran los años 35 de 1900. Su apodo se debió a que fue el primer vendedor callejero del periódico Caldense. Dicen que entre los primeros ganadores estuvieron Don Pedro Salazar, Roberto Salazar y Julio Vélez, ya entrados los años 40′. Este fue el primer «mayor» vendido en nuestra provincia.

En verdad, la lista de nuestros loteros no es muy extensa. Sin embargo destacamos los nombres de algunos hombres y mujeres que han dejado historia, por su manera particular de ser, por su vida pintoresca y porque, en ocasiones, llevaron fortuna a varios hogares del terruño, aliviando las penurias que envuelven la pobreza, el desempleo y la desesperanza. El mismo trajín diario los ha hecho portadores de los «chismes del pueblo», de las noticias cotidianas y personajes de nuestro diario vivir.

Discurren en nuestra memoria los nombres de Francisco Sánchez «Kilómetro», Guillermo Betancur «Peira», Pacho Arcila, Orlando Ramírez «pecho de lata», Huberto López «Crispín»,

Marino Duque, Manuel Castaño, Aníbal Carvajal, Darío Franco «yerbas», Gustavo Quintero «Cosiaca» y su esposa Ruth Restrepo, quien lidera nombres de mujeres «loteras» como Nydia Ramírez, Marina y Alba Londoño, entre otras. Otros nombres no olvidados son los de Jaime Taborda, Humberto Palacio, Miguel y Antonio José Ovalle.

El azar y la suerte son, a veces, aliados. Dígalo si no aquella pareja de la Vereda Miracampo, a quienes en los años sesenta, se les «apareció la virgen de la fortuna», cuando el viejo escuchó por la radio que había caído el número mayor de la lotería de Boyacá, en Marsella. Era el número que había comprado en el pueblo en la noche de farra del sábado, precisamente en «el Morro». Mija!. Mija!, nos ganamos la Lotería!, exclamó enloquecido. Se abrazaron y olvidaron sus penas y desacuerdos. Echaron candela en el patio a todos los chécheres viejos, entre ellos la ropa obsoleta y las cobijas de retazos. Al fin y al cabo, ya había con qué comprar todo nuevo. Solo cuando pasó la euforia y se había tomado el último guaro, ante las cenizas humeantes, se enteró que su mujer había arrojado a la hoguera el carriel, llena de celos, porque allí había encontrado la foto de la moza. Precisamente, en ese carriel estaba la lotería que le había comprado a «pecho de lata». La vida realmente les cambió. De pobres pasaron a indigentes, pero la infidelidad se acabó y después vivieron felices muchos años.

Reconocimiento, entonces, a estos ciudadanos del común, muchos de ellos ya pertenecientes al mundo celestial y otros aún vigentes, quienes con su fe de «carboneros» lograron que se cumplieran los sueños de pocos, pero alimenta­ron las ilusiones de muchos. De todas maneras, hacen parte de un mundo de quimeras y de expectativas que algún día soñamos tener, si la fortuna nos acompaña, aunque no compremos la lotería.

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