LUZ ELÉCTRICA, ¡QUE NOVEDAD!

“Luz Eléctrica. ¡Que novedad! ”

Por Diego Franco Valencia

Volviendo a los tiempos de la aldea, cuando Segovia, hoy Marsella, era ni más, ni menos que un caserío de incipien­te infraestructura urbanística, unas escasas calles, con trazado rectilíneo, apenas presagiaban el futuro pueblo que irrumpiría en la historia del naciente siglo veinte. £1 marco de la plaza, la hoy calle real y unas cuadras incompletas que se formaban, a manera de cruz, constituían el recinto de los primeros habitantes locales.

La vida era rudimentaria y las costum­bres cita dinas apenas tenían su asomo. Los habitantes eran campesinos urbanos que todavía poseían las costumbres montañeras: cocinaban en fogones de leña, proveniente de la tala de los bosques agrestes, la comunicación era exclusivamente verbal, ya que la radiodifusión y la prensa no habían ampliado su espectro a la provincia. La costumbre era levantarse temprano y acostarse pronto para acometer las tareas triviales que justificaran la existencia. El trabajo de campo y las labores domésti­cas, eran para hombres y mujeres «la cotidianidad». Vida apacible y agrada­ble…

Refiere la Monografía de Marsella que, en los primeros tiempos (antes de 1915- habían transcurrido 55 años desde la fundación-), el alumbrado público se hacía con unas pocas lámparas de petróleo que colgaban de las esquinas, encendidas por un parroquiano al iniciar la oscuridad de la noche y permanecían prendidas hasta que el combustible se agotaba, hacia las diez de la noche. Quien primero desempeñó aquel cargo de «iluminador del pueblo» fue un señor de nombre Clímaco Arango. La luz domiciliaría la proporcionaron, primero las almendras de higuerilla ensartadas en alambre y el fogón, en proceso de apagarse, después de haber estado su servicio cotidiano y, posteriormente y, en su orden, las velas de cebo y, más tarde, las de parafina.

Manizales y Pereira. que ya eran ciudades con buen comercio dispensaban las mercaderías que, a lomo de mula, eran traídas por los «caminos reales» del Trébol, el Alto Valencia y la Convención,respectivamente.

Así las cosas, la vida nocturna era exclusivamente hogareña. Nada de parranda y poca tertulia en la plaza principal.» ¡Entre el beque muchacho y a dormir se dijo, mijo!», era la última frase del día, pronunciada, a manera de orden, por papá o mamá, después de las ocho de la noche. El «beque» no era más que la «bacinilla», instrumento necesa­rio para cumplir las necesidades fisiológicas en las largas y oscuras noches. El baño quedaba lejos y la noche era tenebrosa!.

Pero, ayer como hoy, algún aconteci­miento tiene que cambiar las costum­bres. Así que aparecieron las linternas de pilas, provenientes de Estados Unidos y traídas a la localidad por don Lázaro Gutiérrez, a comienzos del siglo veinte. Luego, la luz eléctrica, en 1916.

Existieron dos fuentes de energía hidráulica: La de las Mercedes», alimentada con aguas de la Nona, en sitios de Corozal, por los planes del Cauca, propiedad de Genaro Mejía y la de «San Eugenio», cuyo propietario fue Justiniano Londoño. Esta última, luego comprada por el Municipio y que se sostuvo hasta la llegada de la Chec, ya a mediados de siglo.

Cuenta la tradición que el primero que tuvo un bombillo en su casa fue un señor de apellido Mejía, quien, por demás, debió pagar los riesgos del atrevimiento. Vivía solo con su esposa y, en la discusión por disfrutar la primera noche con luz eléctrica (había que estrenarse el bombillo), terminó por decidirse a «acostarse aparte». Se prendió el bombillo, cuando conectaron la planta de las Mercedes. A media noche, fue a apagarlo y no encontró la forma. Empezó a voltearlo con el sombrero y nada, luego con la almohada y menos. Entonces se dedicó a soplarlo y tampoco. Después de varias horas de lucha, se le ocurrió la idea del siglo: lo tapó con la bacinilla y, gracias a Dios!. Pudo dormir el viejo. Al amanecer, su esposa, con el ánimo de «arreglar las paces», le preguntó: » Como amaneció mijo?. Le fue bien con la luz?. No pudo contestan La irritación de garganta, por tanto soplar, lo dejó afónico. Solo pudo escribirle en un papel: «Aquí estoy, casi mudo y «miao» en la cama, pero feliz, porque, le gané a todos esos montañeros de la plaza!».

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