Por Diego Antonio Galvis H
(Seattle Washington Escribe)
Parte de la Antioqueñidad fue la expansión religiosa por toda la nación, reclutando vocaciones femeninas y ese fue el caso de Marsella, cuando comenzaron a llegar Sacerdotes enviados por diferentes ordenes religiosas como las Carmelitas descalzas, las misioneras de la Madre Laura y Bethlemitas por supuesto, estas últimas ya establecidas en Marsella, lo cual era algo muy favorecedor para tan noble labor, sumado a que Genovevita Álvarez Robledo, catequista #1, era quien junto con estos ilustres visitantes visitaba las casas requiriendo que niñas de los hogares de entonces estaban dispuestas a sumarse a ese ejército para salvar «almas», así es que visitaron el hogar de mi abuelo Vicente Galvis Cardona, quien era primo de don Jorge Gómez padre del clan «Gómez» y su esposa o sea mi abuela Dona Rosana López, incialmente en 1935 les tocó el turno a mis tías Ligia y Alicia para la comunidad de Veladoras de San José de Gerona de España, quienes contaban 14 y 15 años, las trasladaron a Cali a la casa generalicia recien creada con los auspicios de la familia Sardi, en concreto Ligia Sardi , solterona acaudalada de la ciudad, allí tenían la clínica de los remedios por quien se dio a conocer la comunidad y en donde auxiliaban a los enfermos en su lecho de muerte, luego mis dos tias fueron llevadas a España para terminar su formación en Gerona y en la guerra civil servir a la mujer del caudillo Dona Carmen Polo de Franco en los orfanatos y reconvertorios y patronato de la mujer como así se denominaba, una vez terminada su formación regresaron a Colombia en donde se encontraron con Jael Duque, prima hermana de ellas y continuaron sus labores , ya en otras ciudades como Bogotá Manizales y Popayán. Por último en 1940 le tocó el turno a mi tía Sor Leticia Galvis, quien se sumó a la Madre Laura Montoya en Medellín y fue enviada a las selvas y a su paso por Herrera Tolima fundo su primera escuela, hoy en día Colegio y centro universitario San Rafael, en donde es recordada por siempre, como así lo ameritan las diferentes placas, colocadas en su honor. Según contaba mi abuela Rosana y cuando la visitaba la señorita Delia Álvarez cuya lucidez para recordar todas esas anécdotas y pasajes de las vocaciones, muchas niñas de la época se internaron en conventos, por la pobreza que existía y era el común denominador imaginémonos todos iban a la misa sin zapatos, porque no había con que, los únicos eran los Peláez Ocampo y las Herrera Aguirre de la vereda La Nubia cuyo padre era dueño de grandes extensiones de tierras con cultivos de caña y café y ganado por supuesto, desde la vereda La Nubia hasta la hacienda Londres pasando por El Guayabo. Hoy en los centenarios de sus natalicios Ligia Galvis 1920, Alicia 1922 y Leticia 1927, les rindo un sentido Tributo por su humanidad y servicio al prójimo.