Diego Franco Valencia
Los cementerios, por sus condiciones , son y han sido sitios que inspiran respeto y temor. Si allí se ubica la «última morada» de los seres humanos, a la cual parientes y amigos acompañan con rezos y lamentos, lógicamente, en ellos tiene que haber un ambiente de misterio, duda y esperanza alrededor de su existencia,
Muchas cosas cargadas de misterio acontecen frente a estos lugares públicos o privados, de tal manera que, con resignación y fe, todos aceptamos que allí «desembocamos todos», al final de nuestros días, con la seguridad de que no habrá diferencia entre ricos y pobres, nobles y plebeyos ,humildes y opulentos ,cultos e iletrados ,sabios, necios o ignorantes. Allí todos los seres humanos se igualan ante Dios y ante los hombres, lo aseguran siempre escritores y pastores que pretenden explicar el misterio de la muerte.
Tradicionalmente se han tejido almas ambulantes espantos y acontecimientos que merodean en los cementemos y el nuestro no puede ser la excepción, Cuando el Padre Jesús María Estrada y Julio César Vélez, el poeta y hombre cívico del pueblo, cristalizaron la idea de construir el actual camposanto, reliquia nacional dejaron atrás, en el camino hacia Cantadelicia los restos del viejo lugar de muertos, Por allí muy pocos se atrevían a cruzar la vereda porque se decía que en horas avanzadas de la noche y, sobre todo, en días santos, se oían rezos colectivos, lloriqueos y lamentaciones atribuidos a las ánimas del purgatorio.
Estas tradiciones orales despertaron la curiosidad de muchos muchachos inquietos que se dieron a la tarea de profanar tumbas, observar la aparición de las almas de difuntos o, simplemente verificar la veracidad de tales leyendas
Mi abuela Julia Giraldo fue una mujer devota y creyente que tuvo mucha fe en las ánimas. Por ello visitaba, con cierta frecuencia, el Cementerio recién inaugurado. No le daba importancia a ese entorno de misterio, soledad y silencio. Cualquier noche de un viernes Santo se hizo acompañar de una amiga a dicho lugar para rezarle el Rosario a las Ánimas del Purgatorio. Ya había pasado la media noche y empezaron a oír un lamento en la parte alta del cementerio por los lados donde hoy está el templete con la Virgen del Carmen. El tono llorón se acercaba y se alejaba haciendo más tétrico el lamento. La compañera, sin vacilaciones corrió escalas abajo, buscando la portada. Mi abuela, sin temor alguno, buscó el origen de las lamentaciones y descubrió que en dos cruces de madera, se habían formado tupidas telarañas que, al paso del viento fuerte producían un fuerte zumbido que, a distancia se oía como un lamento prolongado.
¡Espantos no hay!…solía decir, con frecuencia, mi abuela
La Razón se la diò más tarde Diógenes Marín, un borrachito del pueblo que se atrevió a desafiar a un viejo enemigo ya fallecido y que reposaba en ese lugar. Machete en mano se fue, en horas de la madrugada, después de tomarse los tragos en la cantina «la última lágrima” a «arriarle madres» a su fallecido enemigo, «Si sos tan verraco, «saliteff de ahí y aquí mismo nos picamos, HP!» . Pues, sí señor, que el muerto se salió y Diógenes corrió y corrió, dando tumbos por las escalas de la nave central.„ Despertó a la madrugada con la compañía de un gurre o armadillo que había salido de la madriguera, situada a un lado de la tumba profanada
Pequeñas historias que suelen explicar hechos misteriosos que produce la imaginación, pero que no tienen una explicación válida en la realidad.
Con gusto las aceptamos pero a estos lugares, juiciosamente., no vamos a hacer experimentos ¡ ni por el diablo!