REMEMBRANZAS DE TIENDAS Y CAMINOS

MIS REMEMBRANZAS DE TIENDA Y CAMINO

 Por:Diego Franco Valencia

Al contemplar la «fonda del ayer», en el interior de la fuente la Ramada, ingeniosamente rescatada por Mario Salazar, es inevitable hacer remembranza de aquellas tiendas, grandes tiendas de pueblo, que constituyeron un ayer con diferencias contrastantes entre los supermercados de hoy y, más aún, entre esas viejas tiendas y los grandes hipermercados que han transformado el paisaje urbano y humano de esta época de modernización y deshumanización de las gentes.

Aquel cuadro en el que aparecen el arruinado tendero, rodeado de vales, letras, facturas y otros papeles e invadido por las ratas, con unos anaqueles vacíos y, en contraste jocoso, pero realista, el próspero comerciante, robusto y opulento, en medio de las «morrocotas» de oro y los billetes, con su chaleco bordado y el reloj de cadena (identificado con el famoso «ferrocarril de Antioquía», reemplazado por el pulso digital de hoy), nos trae a la memoria épocas pasadas e irrecuperables que nacieron y se ubicaron en las fondas del camino, surtidas por arrieros en los años de la post-colonización antioqueña y tuvieron su final en las grandes tiendas de los pueblos, como el nuestro. En ese recorrido por el pasado, encuentro, entonces, a Don Antonio Rodríguez en el alto de las Tazas (donde por primera vez vi, siendo niño, el cuadro al que hago referencia). Siempre pensé, de niño, que Don Antonio no merecía la suerte del escuálido tendero frustrado, si no, por el contrario, la del boyante colega, porque era un hombre bueno, servicial y caritativa que llegó a constituirse en el enfermero y hombre imprescindible de la vereda; era casi el médico, que curaba, más por su figura y actitud de comprensión y consejería al enfermo, que por sus conocimientos de medicina. Don Antonio fue un personaje de esos que no deben morir y al que recordaremos siempre. En ese mismo camino de las Tazas estaban don Desiderio Piedrahita y Don Abel Castaño. Estoy hablando de los inicios de la segunda mitad del siglo veinte.

Llegamos al pueblo. En la antigua bomba (hoy Instituto Estrada), dos  tiendas de mediana magnitud, pero con dueños muy conocidos: Don Arturo Gil (la Sapa) y Juan Zambrano. Aquí ya la tienda prestaba otro servicio; además de vender los víveres básicos (por libras, kilos, puchas o cuartillas), se compraba café pergamino y pasilla, productos claves en la economía local. Nada de similitud con los grandes graneros-tienda de la plaza principal o de la calle Real. Allí estaban Don Clímaco Ríos (luego «Ríos y Bedoya», cuando el primero hizo sociedad con don Elias Bedoya), Don Emilio Cardona, quien se iniciara en un pequeño «chuzo» en la vereda Caracas, persona de gran habilidad comercial e indudable representante de la sociedad Marsellesa, colaborador en campañas cívicas y mecenas del transporte público intermunicipal ; Don Adán Angel y el viej o Adán Hoyos, recordado porque allí se compraba el kerosene o petróleo, materia prima de los fogones domésticos que también se encontraban en estos «hipermercados» de la época. En la Calle Real, Don Uldarico Peláez quien en otrora había hecho sociedad con Joaquín Lalinde; Aristóbulo Gómez y Godofredo Duque. En estos negocios se encontraba «de todo»: los granos, víveres y abarrotes, la miel de purga, la sal marina en bloque, para el engorde de ganado, los concentrados para aves, cerdos y demás animales domésticos, el queso de prensa y la harina de trigo para la industria panificadora, en la que descollaban Don Argemiro Villada y Carlos Reyes. Se vendía desde una aguja de arria hasta una enjalma, la cincha, la silla o el aparejo para la bestia, el costal de cabuya o de estopa, el zurriago y el rejo para la arriería, la piedra para amolar, la estufa o las mechas para el fogón de petróleo, el madejo de cabuya o el veneno y la máquina mata-arrieras. Además, el pilón, el fondo y el mecedor para la natilla y los buñuelos de diciembre» Y en el remate de la calle principal, girando hacia la Rioja, el expendio de petróleo y carbón de Don Nicanor Duque. Más atrás en la historia, (hacia 1915) – según nos relata don Alfonso ‘ Ramírez- sobresalía don Quintín García, alias «el paisa» y tuvieron  vigencia, en los años 20, Don Jesús Orozco y Arturo Ochoa,  junto con Don Arturo Ocampo, Rufino Cuartas, padre, comprador de café. Estos son precursores de nuestra historia comercial a quienes recordaron nuestros padres y abuelos y, en épocas más cercanas, se ubican históricamente Don Gonzalo Soto, Don Rodrigo Posada, Alvaro Molina (Pirringo), de cuya escuela nos queda su sobrino Fernando y los Aguadeños (Javier y Luis Adán Osorio), todos ellos personajes que, Dios lo quiera, recordarán en el futuro las nuevas generaciones, niños y jóvenes «modernos» que poco interés muestran por el rescate de  los valores y por la construcción de ciudadanía.

En contraste con ese paisaje de aldea, de escasa tecnología y ausente de las técnicas de mercadeo del mundo económico actual, encontramos, en la modernidad, los autoservicios, súper Tindas o hiperalmacenes, donde es posible encontrar, prácticamente, todos los productos naturales y manufacturados que necesitamos en la cotidianidad. Sin embargo, tenemos la carencia del contacto personal y directo con el tendero, con el dueño del negocio, en quien encontraron nuestros padres y abuelos al «salvador» que los sacaba de apuros económicos, cuando el «efectivo» escaseaba. Ellos y nosotros contábamos con la anécdota picaresca de su vida o de los vecinos, el chiste o la «salida» oportunos ante cualquier situación y hasta el anecdotario de su propio acontecer. En resumen, se perdió el «calor humano» que hallábamos en esos hombres especiales, de los cuales no sabemos si llegaron al afortunado momento de la opulencia del «yo vendí al contado» o terminaron o morirán como el personaje del «yo vendí a crédito» del cuadro aquél del recuerdo. De lo que sí estamos seguros es que escribieron, sin uso de la caligrafía, un capítulo de nuestra historia, construyeron gran parte del desarrollo económico de la municipalidad y brindaron unos momentos gratos a las personas que todavía los reconocemos y recordamos.

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