Sueño y cuento de Piracho en Marsella
Guillermo Gamba lópez
guillergalo / 3 de febrero de 2013
Frente de nuestro refugio donde don Marcelino, aquel salón estrecho donde nos metimos cuando perdimos la casa, a lado del cuartel de los bomberos, había una corriente de agua estancada, charcos poblados de renacuajos que cogíamos para jugar. Fernando y Martha Lucía se comieron algunos, consiguieron dolores de estómago y los purgaron. Esa noche flotamos entre un sueño con renacuajos voladores, brotaban desde los ombligos de Marta Lucía y Fernando, nos apremiaban tras una hilera infinita de píldoras de vida del doctor Ross con esas cuentas del almanaque Bristol donde Mamá anotaba todos los días cuando nos hacía tomarlas; tras ellas, venían otros, ya con paticas traseras, volaban bajo el encielado y regresaban por entre una hendija de la puerta hacia la laguna.
Pasé una noche entera haciendo estallar hojas de triquitraque para espantarlos y aún espero ver salir un fantasma de renacuajo que me salve de pesadillas.
Y en la esquina vivía Piracho, cojeaba porque su pierna derecha era siete centímetros más larga, buen vecino y zapatero. Su casa palafítica y destartalada se mecía con cualquier soplo, siempre quería volar. A su vida en el aire se entraba por un tablón. —caminá derechito o te vas a la laguna—, nos recibía y se ubicaba en su taller de dos metros, ni una silla más que su banqueta.
Buen conversador, nos entretenía verlo remendar zapatos, pulir plantillas de cuero, colocar entre suelas y remontar botas, mientras contaba las últimas aventuras de Tarzán y Mandraque el Mago, las había leído en la guchinila – suplemento de tiras cómicas y de aventuras del periódico La Patria del domingo-.
Nos comentó una película Mexicana de El Santo a la que inventó su propio argumento, cuando el famoso luchador venció a la muerte en un combate inverosímil. Él con ayuda de Piracho apresó a Ikú entre un manto de telarañas y nos mantuvo alelados entre esa trama de hilos con prolongaciones de ese cuento durante más de dos semanas, en esos días se dilataron todos los sufrimientos, eran más largos aún para los desahuciados, los abaleados de la violencia en Marsella caían y no se vaciaban desangrados porque quedaron suspendidos entre un túnel largo por donde su sangre manaba en hilos diminutos y se estiraba en tiempo, la vida era incapaz de trasladarlos a su final de sepulcro.
Piracho sudaba para entretenernos con su narrativa inverosímil, más allá de la película, su trabajo estaba suspendido entre un espacio gótico de embudo, cada tarde se llenaba el cuarto de su taller con más oyentes y los soportes palafíticos querían ceder para reventarse hacia una tragedia; Piracho no lo permitía, todo resistía en su tiempo de suspenso de peso y lapsos largos, sus palabras alivianaban todo, detenían las amenazas y paraban todos los relojes, hasta esas dos de la tarde del domingo cuando ordenó al Santo que liberara la muerte y tras ese desenlace nuestro mundo volvió a la normalidad. Los heridos cayeron bajo la guadaña de la muerte. Piracho se prendió un cigarrillo Pielroja y con su humareda nos espantó a todos.