HISTORIAS, HECHOS Y PERSONAJES I

EL DIARIO DE GENOVEVITA

Por Jorge Emilio Sierra Montoya

Tomado de “Marsella al Día”

Doña Susana Issa, miembro de una familia muy distinguida (los Issa Álvarez, por más señas), tenía por qué quedar con los manuscritos de su tía Genovevita. Claro que ella no los recibió directamente. No. Los recibió una de sus hijas menores, Beatriz, de manos de la señorita Delia Álvarez, la hermana inseparable de Genovevita, a modo de herencia. Pero, para el caso que nos ocupa es como si la madre hubiera sido el destinatario final de tan extraño designio divino. Lo cierto es que doña Susanita (así la llaman en el pueblo, con cariño) es una buena mujer. En el mejor sentido cristiano, además. Se le ve en los ojos, en su mirada transparente, sin mancha; en su voz de niña, aún por encima de los noventa años, que es como de arrullo maternal; y en la paciente resignación para soportar sus pies hinchados, la pobreza de las últimas décadas y, sobre todo, la pasión etílica de su esposo, Julio Vélez, hijo del célebre poeta que elaboró los planos del cementerio, Monumento Nacional.

 Muchos pueden dar constancia de su bondad. Por ejemplo, doña Mary Montoya, la viuda de Emilio Sierra, quien cada viernes recibía de ella, de su vecina y amiga de infancia, una pequeña canastica llena de carne, papas, arroz, huevos, manteca, arepas, leche, café y chocolate, para que sus cinco hijos huérfanos calmaran el hambre.

«Aquí le manda mi mamá», repetía siempre, sin cambiar la frase ni la expresión inocente del rostro, su hija Elena, quien entonces sólo tenía fuerzas para cargar la canastica.

Más aún: en las noches, a avanzadas horas, cuando desde una ventana veía que la viuda se trasnochaba y hasta podría amanecer cociendo en su vieja máquina Singer cuyo lejano traqueteo atravesaba el silencio y el frío de la madrugada, le hacía llegar una comida caliente, recién preparada, como si fuera la hora del almuerzo.

 Esta vez era Jorge, su hijo mayor, quien se aparecía con la suculenta cena, la cual ni siquiera se tocaba pues la madre se encargaba de repartirla al día siguiente, por partes iguales, a sus cinco hijos, reviviendo acaso la milagrosa multiplicación de los panes que narran los textos bíblicos.

Susanita, en consecuencia, es pura bondad. Y por serlo, tenía que quedar en su casa, en su familia, en manos de su hija Beatriz, el Diario de su tía Genovevita, la santa del pueblo.

 Un diario donde la joven autora, a la manera de San Agustín en Las Confesiones, describe su profunda vocación religiosa, «de monja», en medio de las tentaciones del mundo. Las del amor, en primer término .

Con seguridad, fue el único amor de su vida. El primero y último, en verdad. No había cumplido todavía los quince años de edad. Era una niña, mejor dicho. Pero se enamoró de él, un hombre a quien no identifica en su Diario escrito con una hermosa caligrafía que sólo se tenía en aquella época, cuando recién comenzaba el siglo XX.

«Un sábado a las 5 p.m. levanté por primera vez los ojos animados por el fuego del amor para fijarlos en él, a quien amé y miré durante tres días», confiesa Genovevita.

 Ya para entonces le había declarado su amor a Cristo. Y su entrega total, absoluta. Desde cuando apenas tenía cinco años y se despertó su vocación religiosa en las manos de su maestra Gertrudis Copete, «nuera de mi madre», con quien iba cada mañana a misa en medio de un entusiasmo místico que cada día fue mayor.

En efecto, a los ocho años quería ser Hermana de la Caridad. Poco antes, cuando se disponía a celebrar su Primera Comunión, fue víctima de «una grave enfermedad», neumonía al parecer, que literalmente la dejó en las puertas de la muerte. Fue puesta a prueba, pensó. Pero, con la gracia de Dios salió adelante, lejos de sentir algún temor por su temprana desaparición física, pues lo único que le importaba era su vida espiritual, una vida eterna según las enseñanzas de su mamá, Ana Rosa, y de su querida profesora.

Esto del enamoramiento, sin duda, era una prueba más. Y de nuevo recurrió al Señor, quien como tantas otras veces atendió al llamado: «Lleno de caridad hacia mí escribe-, descorrió el velo que me cegaba y me hizo retroceder en ese camino».

La enfermedad, sin embargo, volvió a hacer acto de presencia, casualmente después de superar la tentación amorosa. O acaso la superó en esa forma, gracias a la ayuda divina: «Dios se dignó visitarme precisa- con un año de penosa enfermedad, gracia insuperable que me hizo ver más claro el punto donde me hallaba». Así las cosas, la decisión de ser monja, que había tomado cuando apenas tenía uso de razón, fue mucho más firme, ya con la dirección espiritual de los sacerdotes Ananías Escobar y Eleasar Loaiza, ya por su confesión semanal »allá principió mi felicidad», observa- o por su estrecha amistad con Carmen López, la futura Sor López, la única hija de Nicasio, el primer alcalde municipal.

Pero, el amor tampoco se dio por vencido. A los quince años, en la flor de la juventud, cuando por fin había alcanzado la edad exigida para ingresar al convento, hubo la más fuerte arremetida de Cupido, nada menos que por parte de un primo suyo, sobrino del padre, que estaba de visita en su propia casa.

Él se enamoró de tanto verla, comenta. Y aunque en el pueblo se empezó a rumorar, con la chismografía característica, que este amor era correspondido, lo cierto es que Genovevita  tenía ojos sólo para un hombre: Jesús, «en la Santa Eucaristía».

«Sí, a Él cada día en la Santa Comunión consagraba mi corazón y le pedía primero la muerte antes que serle infiel», declara con el alma puesta en sus manos.

La enfermedad, claro está, se hizo también presente .Una enfermedad «al corazón», nada romántica, que la mandó a la cama por ocho días y que se prolongó después, si bien con la honda satisfacción del tajante rechazo a su pretendiente. «No le amo. No sería feliz a su lado, ni podría hacerlo feliz a usted. Mi corazón está muy distante del suyo», le dijo.

Ya en Santa Rosa, con las Hermanas de la Caridad y la inmensa alegría de reencontrarse con Carmen, ésta le aseguró, con algo de humor, que el deseo infinito de ser monja era la causa de sus quebrantos de salud. Lo era, en realidad. Porque al poco tiempo se curó, no sin antes ser sometida al debido tratamiento médico en medio del clima favorable del acogedor municipio coronado con bellas araucarias.

Volvió a su tierra, la recién fundada Villa Rica de Segovia. Y en cierta visita a una finca cercana al pueblo, tuvo un reencuentro con su primo, quien a lo mejor confiaba todavía en que los anhelos de su corazón serían atendidos.

 Ella, en cambio, mantuvo la decisión tomada. Y cuando presintió que él iba otra vez a declararse para pedir su mano, sostuvo en público, en voz alta para que la oyeran, su férrea vocación religiosa y  su voluntad inquebrantable de irse cuanto antes al convento.

 «Esto lo desconcertó de tal modo escribe- que no me dirigió ni una sola palabra… Pocos días después se fue a Cundinamarca, para no volver».

Su enfermedad se había ido, pero no el dolor. O a la felicidad de ver realizados sus sueños de entregarse a Jesús como su esposa, y de pasar «diez meses muy felices» en el Seminario de Cali, le siguió la tragedia, la dolorosa tragedia de que su amado padre, Pedro Antonio, fue víctima «de la más terrible enfermedad», ésta sí incurable.

Debió, pues, abandonar sus planes, despedirse »bañada en lágrimas»- de sus compañeras, tomar el caballo que la condujo hasta Segovia y asumir por tanto las obligaciones familiares, ahora como criatura terrenal, lanzada al mundo tras su fugaz paso por el cielo. Fue cuando empezó a administrar un almacén de telas en la Plaza de Bolívar, en la planta baja de su casa.

 «En lugar de la blanca corneta que me distinguía como esposa de Jesucristo, tomé la negra mantilla, distintivo de la melancólica viudez. Vestida así, más parecía un cadáver que llevaba a la fosa, que una criatura que volvía a luchar con las tempestuosas olas del mundo», escribe.

Enhorabuena, el Señor le dio fuerzas para levantarse. Con los días, se dedicó al cuidado del altar del templo, situado a escasos metros de su casa, y recibió una autorización del sacerdote para la preparación de los niños del pueblo a su Primera Comunión.

«Desde entonces me consideraba la feliz esposa de Jesús Sacramentado o al menos su amorosa sirvienta», concluye en su Diario, el pequeño cuaderno que heredó, como regalo especial de la señorita Delia Álvarez en sus últimos días, Beatriz, hija de doña Susanita Issa. Ese Diario, la santidad de Genovevita y la bondad de su sobrina Susana, quien enviaba cada viernes una canastica de comida a su amiga Mary, la viuda, para calmar el hambre de sus cinco niños huérfanos, no son, ni pueden ser, hechos aislados, sin ninguna relación.

 Los lazos invisibles de Dios deben unirlo.

El Hobambo

Por Carlos Arturo López Ángel

Quizás uno de los instantes más felices del fundador Pedro Pineda sucedió cuando se topó con el hobambo en donde hoy está la plaza. Valeria, su hija, entrevistada por don Célimo Zuluaga, dijo que “era lo único que teníamos ya que se encontraba esta planta en grandes cantidades sin necesidad de cultivo”. La aprovecharon, entonces, como alimento y extrajeron su almidón para venderlo o trocarlo en Santa Rosa. Fue el primer pilar económico de la naciente aldea.

 

El hobambo (Dioscórea bulbífera) pertenece a la familia de los ñames. Es una enredadera de rápido crecimiento. Produce bulbos colgantes llamados “papas voladoras” que se consumen cocidos, solos o como verdura en sopas y como puré.
La información sobre el hobambo es muy escasa. En algunas zonas de Centroamérica lo consideran un alimento “levantamuertos”. Entre sus componentes están algunos antioxidantes y el esteroide diosgenina, utilizado en las píldoras anticonceptivas. Es reconocida su acción en la cura de llagas en la piel y también se menciona su uso contra las cataratas.

La publicación de la UTP “Cambios Ambientales en Perspectiva Histórica- 2006 ” afirma que hace 8.600 años era aprovechado por los humanos de esta región junto con la achira, el yacón, el sagú, la mafafa y la arracacha. Sin embargo no es una planta nativa, pues sus centros de dispersión están en Asía y África. Según eso, la habrían traído los primeros pobladores de América que hace más de 16.000 años atravesaron el estrecho de Bering. Un apasionante misterio para resolver

Hasta principios del Siglo XX todavía era consumido en el campo, pero poco a poco quedó en el olvido y en peligro de extinción. Por fortuna, los Guardianes de Semillas del eje cafetero lo tienen bajo su protección

Con algunos amigos vamos a traerlo de vuelta a Marsella, en donde solo conocemos cuatro matas. Queremos investigar sus propiedades, su inclusión en los programas de seguridad alimentaria, su adopción por la culinaria local y su exaltación como símbolo fundacional.

Quizás las primeras familias en sus oraciones agradecían a Dios por este regalo que mitigaba sus hambres, mientras esperaban las cosechas de maíz y frijol. Después de 158 años debemos recordar y celebrar con respeto esos momentos. La mejor forma de hacerlo es devolviendo el hobambo al territorio en donde prosperó durante milenios y alimentó los humanos que habitaron o pasaron por aquí. En eso estaremos con quienes quieran acompañarnos.

MARSELLA, Una familia grande.

Por: Julio Ernesto Marulanda Buitrago

 

Entre San Luis y Hoyo Frio, recuerdos de un niño desempolvando los recuerdos del cerebro para ver si en el “hondón de las tradiciones”, rescatando los orígenes familiares y las costumbres y tocando el alma de los nietos, aparece el porvenir de Marsella, así como los japoneses encontraron el futuro apegados a la cultura del arroz.

Gracias a la visita realizada a la vereda Las Tazas y a la entretenida charla sobre los antiguos habitantes como los Orrego, los Tamayo, los Quintero, sobre la presencia de los hermanos de don Emilio y don Javier Sierra Restrepo en las Tazas y en la Nubia y finalmente sobre Hoyo Frio, con ayuda de muchos recuerdos, logramos reconstruir el recorrido desde San Luis, entrando por la Cascada, hasta empezar la falda de Genovevita.

La casa de balcón de San Luis, tienda de don Teodoro Osorio, donde se inicia el camino del “trazado”, hacia La Coralia, las vueltas de Rascaderal y el primer camino hacia Buenos Aires a la izquierda; a la derecha la recta y la entrada al “Prado” de don Germán Mejía, de donde todas las mañanas salía la yegüita “Chumilas” de cabestro de un hijo de don Gustavo Mejía, a vender la leche al pueblo.

Chumilas y Rosario eran bestias de don Manuel Franco, siempre ensilladas y dispuestas para que cabalgaran niños, señoras y todo el que le diera la gana de montar a caballo.

Al frente de la Virgen, vivía “Miguel Bullas” o Moñoejíquera quien fuera bulteador en la tienda y compra de café de don Gonzalo Mejía, dueño de la finca “ Villalba” y no Casablanca o San Miguel del Cerro. Don Miguel Osorio, era el padre de la “Mona de Rascaderal” de quien se creía que volaba por la noche, montaba y hacía trenzas a los caballos salvajes de don Silverio en gran algarabía y carcajadas por el potrero, los cañabravales y hasta el monte tupido de esa extensa propiedad que iba desde San Luis hasta Buenos Aires.

En dirección a Hoyo Frio, se topaba con la entrada a la “Isabela” y la casa y cantina de don Emilio Mejía, enseguida la peluquería y casa del Mono Gómez. Antes de la quebrada vivía Pedro Morales, carpintero y hermano de “Cenito”, con su señora Margarita. A continuación vivía Don Juan Ramírez, “El Mocho” y su esposa Doña Elisa Giraldo, padres de una numerosa prole, entre quienes se recuerda a Alcides el mejor pescador de La Argentina. A Augusto y a Clodomiro. La casa del mocho Juan Ramírez después pasó a manos de Don Belisario Quintero que tiene más cuentos que “Cosiaca”, solo recuerdo que me compraba el “talegueo de café” que mi madre escondía debajo de la cama o entre la ropa vieja, para tenernos golosinas o darnos gusto a los hijos. Al frente doña Gerardina Cardona y “ El Amplio” su hermano, hasta llegar a la pesebrera de don Pedro Luis Gallego, no sin antes encontrarnos con la casa grande de don Manuel Meneses, dueño del único radio conocido en el camino que funcionaba todo el día, a alto volumen, aparato que causó gran sorpresa en mi niñez, cuando al tener edad para hacer mandados al pueblo, me detenía sentado en una “obra”, buscando explicaciones de cómo un hombre se podía volver tan pequeño dentro de un cajón, tan bonito, para hablar y cantar todo el día. Gracias al regalo de don Severiano Cañas de la vereda La Armenia, emparentado con mi tío Arcadio Marulanda Carvajal, casado con Carmen Rosa López Castaño, quien nos mandó un radio Philco, con motivo de la celebración de la llegada de la energía eléctrica a San Luis. Esta energía llegaba a Marsella de la planta de “La Ínsula”, entre las veredas La Quiebra y La Capilla, transportada en alambre de cobre, soportado por postes de guadua.

Al frente del alto de don Pedro Luis Gallego, estaba la “Fragua” de don Gonzalo Atehortua y más adelante, antes de las escalas para llegar a “Alto Cielo”, nos topamos con la casa de “Guamo Ortiz”, los secaderos y depósito de café de don Gonzalo Mejía, que lindaban con el solar y “velería” de Manuelito Henao, al frente de la tienda cantina de Juan Zambrano, cerca a la casa de don Gerardo Gil, padre de numerosos Giles entre ellos “La Sapa” y también muy cerca de don Macario Herrera, famoso por su burro, al cual se le atribuyen una cantidad de cuentos incluyendo los de las monjas; pasando el camino se hallaba don Juan de Jesús Giraldo que soldaba ollas, arreglaba de todo, incluso escopetas.

En la esquina frente a la tienda de Zambrano, existió una pesebrera de don Libardo Morales, casado con una señora de apellido Hoyos, hermana del “patón hoyos”. Enseguida don Jesús, don Joaquín y doña Zoila Bustamante, la mamá de las “Bonitas”, Lucero Giraldo y su hermana, en las siguientes casas Práxedes Buitrago, María Jesús Carvajal de Buitrago y su hija brava, ronca y solterona, Ana Delia Buitrago Carvajal y quien cargaba el portacomidas, Nicolás Carvajal, pariente de ellas. En esa cuadra residieron los respetables choferes Efrén y Artemo Villada. Al frente de doña Zoila tenía su casa don Dámaso Giraldo, padre de don Bernardo y Arturo. En el balcón de la esquina, Emma Ortiz Rentería, hermano de “Chulo” y esposa de Roberto Restrepo; en los bajos la cantina de “Carlos Mugre. Práxedes Buitrago tuvo como hermanos a Manuel, Joviniano y Silverio, fue casada con Justiniano Bedoya y madre de las siguientes cabezas: Isaurita, casada con Ricardo Franco y madre de Manuel, Álvaro, Genoveva, Jairo, Darío y Jaime Franco Bedoya. Ana Delia, casada con don Julio Pineda y madre de: Guillermo “pinedita”. Aliria, Aleyda, Marina, Fabiola, Lesbia, Carmen Julia, Humberto, Hernán y Oscar. Emilia Bedoya Buitrago, casada con Guillermo Ramírez. Leonidas Bedoya Buitrago. María Jesús Carvajal (viuda de Daniel Buitrago), era la madre de Pastorita Buitrago Carvajal, casada con Gerardo López “pelusa”, tío de doña Esther Bedoya López. Hija de Pastorita Buitrago es Duilia López Buitrago, su hija Victoria es la propietaria de Industrias La Victoria en Chinchiná. Son hijas también de María Jesús Carvajal viuda de Buitrago:Ana Rita Buitrago Carvajal, casada con “chucho” Tamayo, padres de Gedma y Arturo. Hijos de Gedma son los hermanos Esperanza, Néstor, Julio, Jorge Octavio, Diego, John Jairo y Héctor Hugo. Elisa Buitrago Carvajal, casada con Julio Gonzales. Ernestina Buitrago Carvajal, casada con Emilio Franco de la vereda La Argentina. Rosa Buitrago Carvajal casada con Juan de Dios Giraldo, “mono caravana”.Vitalbina Buitrago Carvajal, casada con Celso Marín, padres de Adalgiza Marín Buitrago, quien todavía vive en Cali. Luis Delio Buitrago Carvajal, progenitor de Omar Ordoñez.

La familia Buitrago llegó a Marsella, hace más de cien años, de la mano del patriarca Hermenegildo Buitrago Osorio, casado con Mercedes Henao Gil; padre de Mercedes, Críspolo, Aparicio, Carmen, Justiniano, pablo, Jesús María “chucho”, Antonio, Jacobo, Leonidas y Adelina.

Adelina Buitrago Henao, fue casada con don Julio Ernesto Marulanda Carvajal y fue la madre de Angélica, Amador, Israel, Ricardo, Carlos, Guillermo, Edith, Julio Ernesto y José Sonel.

Siguiendo la ruta de “hoyo frio” por la trilladora de café que comprara Monseñor Jesús María estrada para construir el Instituto Estrada, en la salida hacia el Tablazo, era muy común encontrarse a don Emilio Rojas Sánchez, a “La Pelona” a don Francisco Zapata y toda su descendencia, entre ellos Héctor maestro de música y el mejor corneta que tuvo la banda de guerra del colegio y a don Luis Gómez “Cantarina” en Alto Cielo.

Mis salidas al pueblo para cumplir con mis obligaciones de mandadero, siempre estuvieron marcadas por las instrucciones de mi padre, según el cual en la finca había mucho oficio y en pueblo mucho vago:

“Aquí está mejor con su mamá, su papá, sus hermanos y vecinos” “Cuando llegue al pueblo lávese bien los pies donde Práxedes”.“No se meta entre los Orrego, Tamayo o Quinteros, los hijos de Maximiliano Ríos y los de Salvador Restrepo, cuando estén voliando peinilla en Hoyo Frio. “Cuide a su hermano Sonel”. “Acuérdese de esperar a su hermana Edith a la salida del colegio de las Bethlemitas. Es usted el que la espera no ella a usted.” “No pise donde pisa Carlos Villa”. “Si los carniceros están haciendo cacheo en la plaza, súbase a un mango o corra como un verraco”. “Si a la hora del almuerzo está haciendo tempestad, vaya donde la tía Toña; si usted prefiere el restaurante escolar, tómese la cucharadita de aceite de bacalao, sin chistar, como se tuvo que tragar el “quenopodio”.

Estos aportes pretenden agregar algunos de los elementos de reflexión sobre nuestros antepasados, sus actividades, la vida pueblerina, los valores tradicionales y la constitución de las familias, el sentido de identidad y de pertenencia, a la vez que afianzar la propuesta de recuperar el compromiso de todos los marselleses y todas las marsellesas con el desarrollo de nuestro entrañable terruño, hecho al sonido de las herramientas, a la unión de intereses y voluntades sin distingo de color político, religioso, étnico o socio económico y al civismo como la más representativa de las banderas de quienes nos legaron, su ejemplo, el respeto por la naturaleza, el trabajo honrado, la responsabilidad y la distribución de actividades acordes con la edad, el género, siempre pensando en lo mejor y el bienestar para los conciudadanos.

 

 

LEYENDA DE LOS TUNELES MISTERIOSOS

Tomado de Marsella Mágica

Como ya sabrán amiguitos, antiguamente se explotaron minas de oro en nuestro municipio. Los abuelos mencionan un famoso gringo, a quien se conoció como Mister Cárter, quien fue el encargado de dirigir la compañía que buscaba el precioso metal. Dicen los ancianos del pueblo que los túneles hechos para explotar el oro recorrían muchas tierras de la población.

Hasta aquí la historia no tiene nada de extraordinaria, pero resulta que algunas personas afirman que estos túneles aún existen y que atraviesan de lado a lado por debajo de las calles de Marsella. Increíble verdad?

Dicen también que la entrada está situada en algún sitio de la avenida y que los túneles se dirigen hacia arriba en dirección a la plaza. Otros más atrevidos aseguran que en ciertas casas del municipio hay otras entradas a las grutas. No falta quién asegure haberse extraviado en la noche y haber vagado errático por un laberinto de grutas, misteriosas salas, y pasadizos secretos, poblados de extraños ruidos y sombras, para finalmente resultar en plena avenida.

Extraño, muy extraño.

Será que alguna persona conoce el secreto de los túneles?

Será que algún personaje de nuestro pueblo, ayudado de una linterna recorre noche a noche estos tenebrosos parajes, para realizar quién sabe qué misteriosas actividades?.

O será que nadie los visita y están poblados sólo por fantasmas y seres extraños? tal vez nunca lo sabremos…. Ustedes qué creen jovencitos?

NOMBRES VIEJOS DE MARSELLA

Por: Alfredo Cardona Tobón

La cabecera de Marsella fue designada con distintos nombres a través de su historia. Los fundadores la llamaron Villarrica en sus principios, fue rebautizada después como Nueva Segovia. Quedó con Segovia, simplemente, por varias décadas y al final le acomodaron el nombre insulso y mediterráneo que hoy lleva.

Para entender la comunidad de Mar­sella y encontrar sus raíces es necesa­rio retroceder a Villarrica e ir deletrean­do a Nueva Segovia y a la sola Segovia, pues cada uno de esos nombres marca una etapa diferente en la vida de la comunidad.

VILLARRICA.— Villarrica significó tie­rra y esperanza para numerosos países pobres. La primera mención de la aldea la encontramos en la Gaceta del Cauca del año de 1865. En ese entonces el Secretario de Gobierno del Estado del Cauca informó a la legislatura sobre la fundación de dicha población a cuyo establecimiento concurrieron 131 hombres naturales de Antioquia» que ocuparon tierras baldías que la Nación había cedido al estado “de las comprendidas entre los ríos Chinchiná y Otún”.

La Legislatura apoyó la fundación y por intermedio de la Corporación Muni­cipal de Quindío, con cabecera en Cartago, adjudicó las cincuenta hectá­reas de tierra para el área de la población y repartió el terreno de labranza a las familias colonizadoras de acuerdo con la ley.

Los antioqueños que ocuparon a Villarrica procedían de la Aldea de María, o Villamaría, una población impulsada por las autoridades del Cauca, con el fin de contrarrestar el poder militar de Manizales que se empinaba desafiante al otro lado del río Chinchiná.

En la Aldea de María encontraron abrigo los desterrados y los perseguidos del norte. Allí se refugiaron liberales y anticlericales y estaban acantonadas tropas del caudillo Tomás Cipriano de Mosquera.

Parece que numerosos pobladores de Villarrica hubieran sido simpatizan­tes de los radicales sureños. Esto parece confirmarlo el cambio de nom­bre de la naciente aldea, después del espléndido triunfo caucano en las bre­ñas huilenses de Segovia.

DESAPARECE VILLARRICA Y SURGE NUEVA SEGOVIA

Alfredo Cardona Tobón

 El 8 de mayo 1860 Mosquera resolvió separar el Cauca de la Confederación Granadina y declarar la guerra al gobierno central con el apoyo de la Costa Atlántica. El astuto caudillo sureño llegó hasta la Aldea de María y sitió a Manizales, donde logró neutralizar las tropas antioqueñas, haciéndoles firmar la tregua de la Esponsión.

Inmediatamente marchó al sur del Tolima donde el General Joaquín París amenazaba el Cauca por La Plata. Cabalgó 15 horas diarias, hasta que el 19 de noviembre alcanzó a las tropas de la Confederación en el punto de Segovia

El combate fue ardoroso y fiero. Los lanceros de Quilcacé y del Patia se enfrentaron a los orejones de la Sabana de Bogotá. La lucha duró 15 horas. Poco a poco fueron retrocediendo los confederados hasta que en el campo sólo quedaba el General Severo Rueda con 12 valientes soldados.

Mosquera era cruel y altanero, pero respetaba a los valientes y por eso suspendió el fuego cuando los pocos enemigos estaban totalmente rodeados Y por eso permitió que el General Joaquín París, que se encontraba sumamente enfermo, lograra escapar del campo.

El triunfo de Segovia consolidó el poder del Cauca. Todo el Tolima desde La Plata hasta Honda quedó en manos del caudillo. El viejo zorro era un gran militar y un hombre de suerte y lo reconocía abiertamente. «Yo tengo una muchacha bonita que me galantea y galopa conmigo en ancas del caballo; esa muchacha es la fortuna.»

NUEVA SEGOVIA— El cartagueño  Ra­món María Arana fue el fundador de la población de Murillo, Tolima, dirigente de la aldea de María, liberal y radical hasta la médula. Arana trazó las calles de Pereira, hizo el levantamiento topo­gráfico de las colonias paisas al norte del río Otún y defendió a los poblado­res de Villarrica.

Por Ley 27 de Septiembre de 1869 el gobierno del Cauca cedió una vasta extensión a la población de Nueva Segovia. Ocho años más tarde, se declararon nulas esas entregas de terreno porque no se había medido el área en la forma que lo indicaba la Ley. Arana abogó por los vecinos y consiguió que la corte reconociera los derechos de los colonos.

El nombre de Nueva Segovia coincide con las gestiones topográficas de Ramón Arana. Uno se pregunta hasta qué punto influyó este famoso radical en el cambio de nombre de Villarrica por el de Nueva Segovia, que era un tributo de admiración al caudillo caucano To­más Cipriano de Mosquera

SEGOVIA — El alemán Von Schenk en su libro «Viajes por Antioquia en 1880» nos habla de los pueblos paisas recién fundados en la tierra fronteriza del Cauca y se refiere escuetamente a Segovia sin ningún otro adjetivo. Decía textualmente: «Con excepción de Perei­ra y Santa Rosa de Cabal, todos los demás pueblos en esta tierra son de fundación más reciente y de población puramente antioqueña, que no siempre se compone de los mejores elementos de la madre patria; en esta condición están Salento, San Julián, Segovia, Palestina y San Francisco.»

Nuevos inmigrantes hablan inclinando la comunidad de Segovia hacia el bando conservador. Por esto en septiembre de 1876 José Domingo Bedoya y otros vecinos atacaron una avanzada liberal y capturaron al Coronel Eusse.

Pocos días después, el Coronel Bohórquez, de las filas liberales, pasó el rio Otún con unos cuantos hombres y sigilosamente rodeó el Alto de las Tazas o del Nudo, donde estaban parapetados los rebeldes de Segovia. Les cayó de sorpresa y sin disparar un sólo tiro, hizo 200 prisioneros.

En el resto de la guerra de 1876 el general Miguel Bohórquez llevó un sombrero con una cinta roja y una inscripción donde se recordaba la hazaña del Nudo. Segovia pasó de distrito Caucano a Corregimiento de Pereira en una de esas continuas reformas administrativas de fines del siglo pasado y con ese nombre hizo parte del recién creado departamento de Caldas.

El 8 de abril de 1915 dejó de llamarse Segovia y tomó el nombre de Marsella. Empezó otro época y continuó una historia de progreso  sostenido que va situando al Distrito en los primeros lugares de Risaralda.

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