LOS MUERTOS AJENOS DE MARSELLA

Revista Semana
por MARÍA CLARA CALLE, PERIODISTA DE SEMANA.COM

Narcés Palacio (Foto: María Clara Calle)

El 22 de junio de 1986, Narcés Palacio estuvo a punto de renunciar al trabajo que acababa de conseguir. Ese día le tocó ‘arreglar’ su primer muerto. Aunque sabía que esa era su labor como sepulturero del cementerio de Marsella, salió corriendo a la tienda del frente por el fuerte olor del cadáver. Su amigo, el dueño del lugar, le sirvió medio vaso de aguardiente para que cogiera verraquera. Narcés no renunció ese día, fue por 20 años el sepulturero del pueblo. Pero nunca se imaginó que su principal oficio no se lo iban a dar los muertos del lugar sino otros, ajenos, que traería flotando por centenares el río Cauca.

Antes de dedicarse a enterrar los cuerpos desconocidos, Narcés ejercía otra labor de la tierra: la agricultura. Pero con el tiempo tuvo que dejar sus cultivos para irse a trabajar al cementerio de uno de los pueblos del país con mayor número de personas no identificadas.

Los muertos no son de ese municipio Risaralda. Los lleva el río Cauca a una de las veredas de Marsella, Beltrán; pero las cifras de alrededor de 450 NN lo posicionaron en las estadísticas del Estado como el municipio más violento de Colombia a principios de 1990.

“No es así, les hacemos un favor a las otras regiones al enterrar a sus muertos, especialmente a las del norte del Valle. Eso no le corresponde a Marsella”, replica Narcés, a sus 70 años.

Una violencia ajena

La memoria que pesa sobre sus hombros ha sido por cargar con la muerte de otros lugares, por enterrar casi tres veces más cadáveres que los suyos propios. En la actualidad, en el cementerio ‘Monseñor Jesús María Estrada’ hay aproximadamente 470 cuerpos enterrados, de las cuales 327 son NN que ha llevado el río Cauca.

De hecho, el pasado 30 de noviembre y 1 de diciembre, el Centro de Memoria Histórica, los líderes de víctimas y la Alcaldía de ese municipio organizaron el acto ‘Vamos para Beltrán’, con la intención de limpiar el nombre de Marsella.

“Este ha sido un pueblo sano, de gente amable y sencilla. Pero tiene la imagen de violento por la cantidad de cadáveres que ponían como de este municipio, cuando lo que hicimos fue acogerlos en su última morada para que sean identificados”. María Inés Mejía dice estas palabras con la experiencia de haber sido una de las personas que más cuerpos ha rescatado del río en Beltrán. En 1992, ella comenzó como secretaria del corregidor de la jurisdicción de Alto Cauca y desde 1996 se encargó de los muertos del río.

“Por lo regular, siempre estaba acompañada de dos o tres agentes de Policía. Íbamos a donde estaba el cuerpo, hacíamos el levantamiento y conseguíamos un jeep que nos transportara hasta Marsella con el cadáver. El municipio no tenía patrulla, pero siempre había tres conductores con los que podía contar. Eran muy pocos los que se medían a cargar un cuerpo del río, por el estado de descomposición en el que llegaba”.

NN con identidad

Unas semanas llegaban varios cadáveres, otras, ninguno. “En 1990, llegaron 23 cuerpos en tres días. Luego, aparecieron las familias preguntando por su desaparecido”, cuenta Narcés, quien trabajó en el cementerio entre 1986 y el 2006, en la misma fecha de la Masacre de Trujillo.

Cuando aparecieron los familiares de los muertos, Narcés no sólo los exhumó sino que los preparó para que no olieran y, así, la funeraria permitiera una velación.

Los ingredientes para un cadáver no son muchos ni muy costosos. Se requieren seis metros de plástico negro o blanco, un bulto de cal, dos kilos de café, un bulto de aserrín, un tarro de Menticol, cuatro pastas de ambientador, una bolsa mediana de jabón en polvo, un rollo de cabuya y cuatro bolsas medianas de canela en polvo. “Todo valía 15.000 ó 20.000”. Narcés aprendió por Discovery Channel a quitarle el olor a los cuerpos que habían pasado semanas en el río y años bajo tierra, incluso podían durar hasta dos décadas enterrados.

“Lo único que no podía arreglar era la cara, porque muchas veces ni tenían ojos, pero sí el cuerpo. Primero se echa una capa de aserrín en el ataúd, luego una de cal por encima y Menticol. Uno va a donde tenga el cuerpo, lo moja, le rocía jabón en polvo por encima y lo estrega, así como cuando uno se baña. Obviamente yo tenía una bata de manga larga y una careta. Cuando el cuerpo está listo, se pasa a una parte seca. Allí, se abre una bolsa y se deja deslizar al cuerpo lentamente dentro de ella. Luego, sube la bolsa hasta la cabeza, como para hacerle dos capas, y amarra la parte de los pies con la cabuya. Se abre un hueco en la bolsa, por el lado de la cabeza, y echa cal dentro del plástico.

Hay que enrollar bien todo el cuerpo con la cabuya. Si hay alguien que lo ayude a pasar ese cadáver al ataúd, mejor. Si no, lo mete de a poquitos. Pero siempre hay quién aparece. Echa café sobre el cuerpo y las pastas de ambientador machucadas. Ya no huele a nada. Uno se quita la careta y rocía la canela. Bregue a no tocar la caja con su cuerpo, para no ensuciarla. La sella y le pone cuatro puntillas, una en cada extremo. Si ese cuerpo huele a la salida del cementerio, que me lo devuelvan, pero siempre se lo llevaban y ni los de la funeraria olían algo”.

Narcés no cobraba nada por el procedimiento porque asegura que eso sería hacer negocio con la familia y el muerto. Sólo pedía los materiales. Pero había quienes sí le daban un monto de dinero o mercados.

Sección del cementerio dedicada a los NN. (Foto: María Clara Calle)

Un remanso de cuerpos

Marsella vive principalmente de la siembre del café. Tiene un poco más de 20.000 habitantes y seis funerarias. Por varias de sus veredas pasa el río Cauca, que va desde el departamento con el mismo nombre hasta Bolívar. En su recorrido, atraviesa casi 200 municipios pero es en Marsella donde por un accidente geográfico, todo se queda estancado.

En punto exacto de la vereda, las corrientes cambian sus temperaturas y los sedimentos varían, por lo que se crea el llamado Remanso de Beltrán. Allí, todo lo que corre por el costado derecho del río se queda atascado, desde palos y botellas, hasta cuerpos.

Los peores años fueron entre 1986 y 1994. Marsella recibió decenas de muertos que no habían sido asesinados allí, sino a más de 100 kilómetros de distancia. Trujillo, Riofrío y Bolívar, tres municipios del Valle del Cauca, fueron el epicentro de una de las peores masacres de la historia colombiana que dejó más de 245 asesinatos y desapariciones.

“Enterrar es como fumar”

Narcés no recuerda una cifra exacta de los muertos que llegaron a Beltrán luego de la Masacre de Trujillo pero supone que el río se llevó a muchos de ellos. A los que no, los sepultó.

“Enterrar es como fumar, el primero sabe maluco pero luego, cuando son dos, diez, cien, uno se va acostumbrando a la rutina”. Su cotidianidad era sepultar los NN que llegaban del río. A veces eran tantos, que tenía que poner hasta seis cuerpos en una misma fosa.

Él recuerda que sus primeros muertos no identificados llegaron el 22 de junio de 1986, siete días después de comenzar como sepulturero. “Yo los enterré con miedo. Era un domingo y llegaron dos hombres gigantes en una cajuela. No fui capaz de cogerlos. Escasamente les puse una bolsa encima y me fui para la tienda del frente del cementerio, que era de un amigo mío. Yo no quería volver a trabajar. Él cogió una botella de aguardiente y me sirvió medio vaso, para que cogiera verraquera. Me tomé ese trago y arranqué sin saber qué hacer. En el camino me encontré un pelado de 25 años al que le decían ‘Alumninio’. Él me ayudó a enterrarlos”.

Sección del cementerio dedicada a los NN. (Foto: María Clara Calle)

Todo cambió por los muertos

Beltrán y Marsella no sólo tuvieron que cargar con las consecuencias de los índices de muertes violentas. Además, sus habitantes se adaptaron a una rutina en torno a los cuerpos de otros lugares.

En el 2001, María Inés dejó de ser secretaria de la corregiduría por un recorte de personal pero continuó trabajando con los cadáveres. “Yo vivía en Beltrán con mi esposo, que era pescador. Él tenía su canoa y su motor, y cada vez que se encontraba un cuerpo, me llamaba. Lo amarrábamos a la orilla para que la creciente del río no se lo llevara y avisábamos a la inspección para que viniera a hacer el levantamiento”.

Todos los meses, rescataba cuerpos de personas que se habían ahogado en otra parte del río o de los asesinatos que los paramilitares querían ocultar. Así hasta el 2005, cuando ella y su familia recibieron por escrito una amenaza de muerte. Días después, le quemaron la casa.

Ahora corre el rumor de que los pescadores prefieren no rescatar los cuerpos y los ayudan a continuar con su desplazamiento por el río, empujándolos con el remo. Razones, hay varias. Cuando informan sobre un cadáver, deben presentarse a Pereira a defenderse en un interrogatorio. En el viaje, gastan 24.000 en pasajes, cuando su jornal semanal es de aproximadamente 60.000 pesos.

Carlos Arturo Ramírez, el auxiliar forense de Marsella, explica que además los pescadores deben cargar con otro peso. “Se ha oído que los cadáveres siguen bajando pero a los pescadores los amenazan para que se queden callados. ¿Quién? No se sabe”.

Juan Guillermo Parra, enlace de Víctimas de la administración municipal sostiene que actualmente no hay ninguna banda en la zona, ni en Marsella ni en Beltrán.

En lo que va del 2013, en Marsella han ocurrido seis muertes violentas y se han rescatado dos cuerpos del río, el último de ellos fue el 24 de octubre, según Medicina Legal. Pero María Inés asegura que los NN son más pues su cuñado que vive en Miranda, una vereda arriba de Beltrán, le dice que ve bajar más cuerpos de los que se han enterrado.

Cementerio de Marsella desde la entrada. (Foto: María Clara Calle)

Un proceso, una transformación 

Anteriormente, la institución encargada de hacer el levantamiento del cuerpo era la inspección pero desde mediados del 2000, la tarea la empezó a ejercer Policía Judicial. También han cambiado las prácticas para identificación de los NN. En gran parte, este trabajo ha sido gracias a los procesos que lideró la organización EQUITAS, una organización no gubernamental que se unió al trabajo de la Unidad de Justicia y Paz en el cementerio de Marsella. 

Drisha Fernandes, quien era la directora de EQUITAS cuando comenzó el cambio, indica que en el 2005 no se sabía cuántos desaparecidos había en el país ni había un plan para buscar a los NN en los cementerios. 

Según cifras del Registro Nacional de Desaparecidos, desde las primeras décadas del siglo XX hasta agosto del 2013, han desaparecido en Colombia más de 85.000 personas, 20.042 son presuntas víctimas de desaparición forzada. De ellas, 366 aparecieron vivas y 818 muertas. El resto no se sabe dónde están y Medicina Legal intenta reconocer a los cuerpos que tiene. 

Entre el 2007 y el 2012, esta institución identificó plenamente a 19.955 cuerpos que habían llegado como NN a las morgues. En Marsella, de los más de 460 cuerpos no identificados, se han devuelto a las familias un total de 147, luego de haberse establecido su identidad.

En el trabajo de la ONG en el municipio, fueron indispensables al auxiliar forense y la médica legista de Marsella Luz María Salazar. Sus análisis de necropsias de los cadáveres que tiraron al río sirvió de base para unas prácticas únicas en América Latina, y que tiene un desarrollo pedagógico a través de lo que se conoce como el Sello Narcés.

De esa manera, se logró estandarizar que el procedimiento correcto es que la Policía Judicial haga el levantamiento y entregue el cuerpo a Medicina Legal con un acta y con la cadena de custodia. 

Posteriormente, se hace la descripción morfológica del cuerpo para identificar cicatrices, dentadura y si hay o no cirugías. Luego, se toma una muestra de ADN con la que se podría cotejar si aparece algún familiar. De allí, el cadáver va al cementerio y el sepulturero entierra un NN en cada fosa, sin apilar nunca cuerpos en una misma tumba. Se hace un acta que diga el lugar y la fecha del entierro. Esa información pasa a la base de datos nacional, que está en una plataforma digital desde el 2007. 

Tumbas de blanco

Pero no todos los cambios fueron positivos. En 1988, el cementerio ‘Moseñor Jesús María Estrada’ fue declarado por el Instituto Colombiano de Cultura como patrimonio histórico y cultural de la nación por su arquitectura. 

Diez años después, la administración de turno mandó a remodelar el cementerio por los daños que generó un fuerte temblor en enero de 1998. Para ese entonces, en cada una de las tumbas de los NN, Narcés escribía con pintura negra la fecha en la que había sido enterrado el cuerpo. 

Estos eran los únicos datos de identificación que había, los mismos que se perdieron cuando los ejecutores de la remodelación pintaron todas las tumbas de blanco. Los NN que fueron enterrados entre 1982 y 1998 siguen allí pero ahora no es posible exhumarlos puesto que no se sabe en qué fosa están.

Una tumba que fue pintada de blanco, junto a otra que sí tiene los trazos de pintura negra. (Foto: María Clara Calle)

Un nuevo trabajador

Narcés ya no es más el sepulturero de Marsella. Desde el 2006, este trabajo le corresponde a Luis Eduardo Cortés Cardona, un hombre de 51 años que dice que si por él fuera, viviría en el cementerio. Él ha enterrado a aproximadamente 20 NN en siete años. 

“Yo soy un sepulturero alegre. Hay veces que cuando estoy enterrando los cuerpos, canto reggaeton. Por lo general todos los de este trabajo son como tristes o amargados, yo no”. Pero cuando se le pregunta por los NN, su cara toma otro aspecto, más serio, y explica que toda esa información está centralizada en Medicina Legal. 

Luis Eduardo Cortés, actual sepulturero de Marsella. (Foto: María Clara Calle)

El antiguo sepulturero asegura que su vida es alegre pero que debe contenerse en los excesos después del infarto que le dio el 6 de noviembre del 2006. Ya no bebe ni fuma, ahora se dedica a vender dulces o boletas de rifas. 

Narcés se aferró más a Dios en los momentos difíciles. En el 2006 cumplía tres años de merecer la jubilación, pero seguía enterrando cuerpos. Hasta el día que, estando en su casa, le dio un infarto. “El médico no se explica cómo viví y en el pueblo me dicen que soy un verraco”. 

Él está confiado en que Dios lo protege. Para demostrarlo, abre su biblia ajada y comienza a leer el Salmo 91, previamente marcado para consultas continuas: 

“Él te librará del lazo del cazador,

De la peste destructora.

Con sus plumas te cubrirá,

Y debajo de sus alas estarás seguro;

Escudo y adarga es su verdad.

No temerás el terror nocturno,

Ni saeta que vuele de día,

Ni pestilencia que ande en oscuridad,

Ni mortandad que en medio del día destruya.

Caerán a tu lado mil,

Y diez mil a tu diestra;

Mas a ti no llegará”.

Narcés cierra su biblia, cierra la puerta de su casa en un pueblo que quiere ser recordado de otra manera y se dirige hacia su pequeño carro de ventas. El hombre que ha enterrado a casi todos los muertos ajenos de Marsella ahora vende dulces.

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