“El carrito de balineras, uno de nuestros sueños de infancia”
Diego Franco Valencia
Tomado de “ Marsella al Día”
Los juegos de infancia de las generaciones de mediados del siglo pasado carecían casi en absoluto de los adelantos modernos de la tecnología, dominante hoy en casi todos los aspectos de la vida cotidiana, bien para entretención, utensilios domésticos, en las comunicaciones o tareas personales o empresariales.
En nuestro pueblo de la época las calles pavimentadas eran escasas Sin embargo, las administraciones de la localidad se preocuparon por construir andenes para comodidad de los transeúntes Éstos se convirtieron en las “pistas’ de los «autódromos’ utilizados por los muchachos de entonces. La fiebre del automóvil era apenas incipiente. Solo unos cuantos circulaban por las calles empedradas o cubiertas de cascajo o balasto de peña, en un paisaje urbano que perduró casi hasta finales del mismo siglo.
La bicicleta y el triciclo, como medios de transporte o de recreación, eran un privilegio de pocos. Ellos eran sinónimo de riqueza y poderlo «Los de abajo» teníamos que inventarnos «el cacharrito» para desplazamos mecánicamente, en los juegos de infancia. Fue así como, de un momento a otro, el pueblo se inundó de carritos rústicos de madera que fueron fabricados por algunos «genios», de una manera muy peculiar A una tabla ancha de unos 50 centímetros de larga por 30 de ancha, aproximadamente, se le fijaban en la parte trasera dos tacos de listón los cuales se unían con un trozo de varilla de hierro, fijada a ellos con grapas que se conseguían en la ferretería de don Cornelio Castaño. En el eje se insertaban las carretas de madera que desechaban las mamas en sus largas jornadas de costura y luego fueron reemplazadas por los carreteles o aisladores de porcelana que despreciaban los técnicos de la Chec, en sus cambios de redes eléctricas que. por cierto, coincidieron en aquel momento histórico. Ahí había mayor durabilidad del “tren de locomoción’. El rodamiento delantero era aún más simpático. Un brazo giratorio de madera, a manera de varilla, servía de dirección del simpático vehículo Este se fijaba a la plataforma mediante un tornillo de acero y entre los tacos se colocaban los mejores carreteles para facilitar una mejor tracción
Así que «conducir» era un caché que pocos solían darse. Lógicamente, el mejor amigo era “el ayudante», en este medio de transporte. Debía empujar por la espalda al habilidoso chofer, a cambio de «una pichona» al finalizar la jornada. Muchos nos creímos los Juan Manuel Fangio o los Emerson Fittipaldi de la época, astros de renombre en el mundo automovilístico de esos tiempos.
Nadie se imagina el placer que se sentía al conducir el propio coche. Solo pudo ser superado por quienes tuvieron la fortuna de poseer el «carro de balineras». El principio era el mismo, pero el rodamiento fue reemplazado por finas balineras metálicas, más sueltas y lubricadas con grasa de automotor, a cambio del sebo con que engrasábamos los ejes de sus precursores.
Lo cierto es que la “fiebre del carrito’ de carreteles duró poco y mucho menos la del carro de balineras que solo pocos disfrutaron pero que si despertaron envidias en muchos. Ocurría que poseer un ‘balineras’ era comparable a ostentar un Mercedes Benz o un Ferrari, cuando, a fuerza de lucha, difícilmente se poseía un Willys o un destartalado Chevrolet
El tal cambio inspiró a muchos carpinteros a fabricar otros más «cachacos’ y sofisticados, tal como ocurrió con los famosos «modelos» que construyó don Tulio Restrepo en su ebanistería frente a la Escuela Urbana de Varones. Efraín Toro y Carlos Julio Escobar, también ebanistas, adecuaban las partes de madera. Los de don Tulio tenían un aditamento especial: la palanca del freno Mientras los prototipos frenaban con nuestros raídos tenis Croydon o. en el mejor de los casos, con nuestras posaderas. ¡ Ah pelas que nos ganamos por destrozar los calzones y zapatos a destiempo!
Seguramente hoy sobreviven varios de esos conductores o propietarios de carritos rústicos que animaron nuestra infancia. Párvulos del ayer que se ilusionaron con el sueño de poseer el carro de balineras o el Modelo de don Tulio Traer sus nombres a este relato, suele ser injusto y hasta inútil. En sus conciencias queda el placer del disfrute de aquellos juegos rudimentarios que no pocas veces remataron con una carrera con «el carro’ a cuestas, huyendo de la policía que acataba las quejas del vecindario por el escándalo que se hacía al rodar hasta entrada la noche, por esas calles de Dios…
Recuerdos que perduran en el tiempo