IDENTIDAD MARSELLESA

LA IDENTIDAD MARSELLESA , DESDE EL HONDON

DE LAS TRADICIONES.

 

 

Un marsellés es hijo o hija de familias trabajadoras, honestas y responsables por la tradición y transmisión de valores esenciales como la lealtad, el afecto a los entornos de sus paisajes, recursos, posibilidades y modos de la sobrevivencia en dignidad personal, familiar y social. En los abuelos, en los padres, en los hermanos, en los vecinos, se encontraron la devoción por la religión, por la educación que ayuda a salir a otros entornos desafiantes, por el comercio, el transporte, la manufactura de los productos con demandas locales y nacionales, incluido el café en el relacionamiento internacional. Los hijos y pobladores de Marsella, los lejanos, cercanos y actuales, tienen y han llevado un espíritu especial de superación, de arranque en la aventura y el desafío de los retos para desarrollar el proyecto de vida que las circunstancias permiten, en las restricciones de pobrezas y dificultades tanto económicas como sociales y culturales. Es por esto que hay esperanza en la consecución de una vida comarcana en el mundo actual de la globalización, con perspectivas de dignidad plena humana en la población, en el respeto a los entornos naturales y construidos del mobiliario urbano social y cultural, en la recuperación de los legados de las tradiciones, en el amor al trabajo, a la promoción de los derechos de todas las personas que habitan la localidad, a la búsqueda de buenos gobiernos comprometidos con el desarrollo de lo urbano y lo rural en la formación de la conciencia de valores que impidan el anidamiento y expresión de vicios que dañan el cuerpo y la mente, en la transformación de un mundo con amenazas en uno con una vida con profundas satisfacciones personales, familiares y comunitarias. De los jardines sencillos de las fincas nació el jardín botánico, del colegio de las mujeres bellas adolescentes, la casa de la cultura el mas bello emblema del pueblo, de las historias del trabajo y la templanza nacieron los marselleses intelectuales y preclaros, los liderazgos cívicos y políticos, de los actuales niños deberá surgir la generación de grandeza permanente de un pueblo que merece el mejor futuro: Marsella en prosperidad con sus veredas y localidades.

Marsella es un sueño generacional si se nutre en el hondón de las tradiciones, en el abrazo a los valores de la solidaridad, la cooperación con ventajas mutuas entre todos los habitantes. Ser marsellés es un honor que demanda las responsabilidades y los deberes de obedecer la ley y aplicarla para beneficio de todos, sobre todo de los más débiles y enfermos. Debemos construir riqueza incremental para asistir a la prosperidad tan prometida, con trabajo duro y esmerado, con fe en las acciones positivas y las propuestas de ciudadanos comprometidos con la “Tierra Buena” que representa Marsella.

MARSELLA, una familia grande

Por: Julio Ernesto Marulanda
Entre San Luis y Hoyo Frio, recuerdos de un niño Desempolvando los recuerdos del cerebro para ver si en el “hondón de las tradiciones”, rescatando los orígenes familiares y las costumbres y tocando el alma de los nietos, aparece el porvenir de Marsella, así como los japoneses encontraron el futuro apegados a la cultura del arroz.

Gracias a la visita realizada a la vereda Las Tazas y a la entretenida charla sobre los antiguos habitantes como los Orrego, los Tamayo, los Quintero, sobre la presencia de los hermanos de don Emilio y don Javier Sierra Restrepo en las Tazas y en la Nubia y finalmente sobre Hoyo Frio, con ayuda de muchos recuerdos, logramos reconstruir el recorrido desde San Luis, entrando por la Cascada, hasta empezar la falda de Genovevita.
La casa de balcón de San Luis, tienda de don Teodoro Osorio, donde se inicia el camino del “trazado”, hacia la Coralia, las vueltas de Rascaderal y el primer camino hacia Buenos Aires a la izquierda; a la derecha la recta y la entrada al “Prado” de don Germán Mejía, de donde todas las mañanas salía la yegüita “Chumilas” de cabestro de un hijo de don Gustavo Mejía, a vender la leche al pueblo.
Chumilas y Rosario eran bestias de don Manuel Franco, siempre ensilladas y dispuestas para que cabalgaran niños, señoras y todo el que le diera la gana de montar a caballo.
Al frente de la Virgen, vivía “Miguel Bullas” o Moñoejíquera quien fuera bulteador en la tienda y compra de café de don Gonzalo Mejía, dueño de la finca “ Villalba” y no Casablanca o San Miguel del Cerro. Don Miguel Osorio, era el padre de la “Mona de Rascaderal” de quien se creía que volaba por la noche, montaba y hacía trenzas a los caballos salvajes de don Silverio en gran algarabía y carcajadas por el potrero, los cañabravales y hasta el monte tupido de esa extensa propiedad que iba desde San Luis hasta Buenos Aires.
En dirección a Hoyo Frio, se topaba con la entrada a la “Isabela” y la casa y cantina de don Emilio Mejía, enseguida la peluquería y casa del Mono Gómez. Antes de la quebrada vivía Pedro Morales, carpintero y hermano de “Cenito”, con su señora Margarita. A continuación vivía Don Juan Ramírez, “El Mocho” y su esposa Doña Elisa Giraldo, padres de una numerosa prole, entre quienes se recuerda a Alcides el mejor pescador de La Argentina. A Augusto y a Clodomiro. La casa del mocho Juan Ramírez después pasó a manos de Don Belisario Quintero que tiene más cuentos que “Cosiaca”, solo recuerdo que me compraba el “talegueo de café” que mi madre escondía debajo de la cama o entre la ropa vieja, para tenernos golosinas o darnos gusto a los hijos. Al frente doña Gerardina Cardona y “ El Amplio” su hermano, hasta llegar a la pesebrera de don Pedro Luis Gallego, no sin antes encontrarnos con la casa grande de don Manuel Meneses, dueño del único radio conocido en el camino que funcionaba todo el día, a alto volumen, aparato que causó gran sorpresa en mi niñez, cuando al tener edad para hacer mandados al pueblo, me detenía sentado en una “obra”, buscando explicaciones de cómo un hombre se podía volver tan pequeño dentro de un cajón, tan bonito, para hablar y cantar todo el día. Gracias al regalo de don Severiano Cañas de la vereda La Armenia, emparentado con mi tío Arcadio Marulanda Carvajal, casado con Carmen Rosa López Castaño, quien nos mandó un radio Philco, con motivo de la celebración de la llegada de la energía eléctrica a San Luis. Esta energía llegaba a Marsella de la planta de “La Ínsula”, entre las veredas La Quiebra y La Capilla, transportada en alambre de cobre, soportado por postes de guadua.
Al frente del alto de don Pedro Luis Gallego, estaba la “Fragua” de don Gonzalo Atehortua y más adelante, antes de las escalas para llegar a “Alto Cielo”, nos topamos con la casa de “Guamo Ortiz”, los secaderos y depósito de café de don Gonzalo Mejía, que lindaban con el solar y “velería” de Manuelito Henao, al frente de la tienda cantina de Juan Zambrano, cerca a la casa de don Gerardo Gil, padre de numerosos Giles entre ellos “La Sapa” y también muy cerca de don Macario Herrera, famoso por su burro, al cual se le atribuyen una cantidad de cuentos incluyendo los de las monjas; pasando el camino se hallaba don Juan de Jesús Giraldo que soldaba ollas, arreglaba de todo, incluso escopetas.
En la esquina frente a la tienda de Zambrano, existió una pesebrera de don Libardo Morales, casado con una señora de apellido Hoyos, hermana del “patón hoyos”. Enseguida don Jesús, don Joaquín y doña Zoila Bustamante, la mamá de las “Bonitas”, Lucero Giraldo y su hermana, en las siguientes casas Práxedes Buitrago, María Jesús Carvajal de Buitrago y su hija brava, ronca y solterona, Ana Delia Buitrago Carvajal y quien cargaba el portacomidas, Nicolás Carvajal, pariente de ellas. En esa cuadra residieron los respetables choferes Efrén y Artemo Villada. Al frente de doña Zoila tenía su casa don Dámaso Giraldo, padre de don Bernardo y Arturo. En el balcón de la esquina, Emma Ortiz Rentería, hermano de “Chulo” y esposa de Roberto Restrepo; en los bajos la cantina de “Carlos Mugre”.Práxedes Buitrago tuvo como hermanos a Manuel, Joviniano y Silverio, fue casada con Justiniano Bedoya y madre de las siguientes cabezas:Isaurita, casada con Ricardo Franco y madre de Manuel, Álvaro, Genoveva, Jairo, Darío y Jaime Franco Bedoya.Ana Delia, casada con don Julio Pineda y madre de: Guillermo “pinedita”. Aliria, Aleyda, Marina, Fabiola, Lesbia, Carmen Julia, Humberto, Hernán y Oscar.Emilia Bedoya Buitrago, casada con Guillermo Ramírez.Leonidas Bedoya Buitrago.María Jesús Carvajal (viuda de Daniel Buitrago), era la madre de Pastorita Buitrago Carvajal, casada con Gerardo López “pelusa”, tío de doña Esther Bedoya López. Hija de Pastorita Buitrago es Duilia López Buitrago, su hija Victoria es la propietaria de Industrias La Victoria en Chinchiná. Son hijas también de María Jesús Carvajal viuda de Buitrago:Ana Rita Buitrago Carvajal, casada con “chucho” Tamayo, padres de Gedma y Arturo. Hijos de Gedma son los hermanos Esperanza, Néstor, Julio, Jorge Octavio, Diego, John Jairo y Héctor Hugo.Elisa Buitrago Carvajal, casada con Julio Gonzales.Ernestina Buitrago Carvajal, casada con Emilio Franco de la vereda La Argentina.Rosa Buitrago Carvajal casada con Juan de Dios Giraldo, “mono caravana”.Vitalbina Buitrago Carvajal, casada con Celso Marín, padres de Adalgiza Marín Buitrago, quien todavía vive en Cali.Luis Delio Buitrago Carvajal, progenitor de Omar Ordoñez.
La familia Buitrago llegó a Marsella, hace más de cien años, de la mano del patriarca Hermenegildo Buitrago Osorio, casado con Mercedes Henao Gil; padre de Mercedes, Críspolo, Aparicio, Carmen, Justiniano, pablo, Jesús María “chucho”, Antonio, Jacobo, Leonidas y Adelina.
Adelina Buitrago Henao, fue casada con don Julio Ernesto Marulanda Carvajal y fue la madre de Angélica, Amador, Israel, Ricardo, Carlos, Guillermo, Edith, Julio Ernesto y José Sonel.
Siguiendo la ruta de “hoyo frio” por la trilladora de café que comprara Monseñor Jesús María estrada para construir el Instituto Estrada, en la salida hacia el Tablazo, era muy común encontrarse a don Emilio Rojas Sánchez, a “La Pelona” a don Francisco Zapata y toda su descendencia, entre ellos Héctor maestro de música y el mejor corneta que tuvo la banda de guerra del colegio y a don Luis Gómez “Cantarina” en Alto Cielo.
Mis salidas al pueblo para cumplir con mis obligaciones de mandadero, siempre estuvieron marcadas por las instrucciones de mi padre, según el cual en la finca había mucho oficio y en pueblo mucho vago:
“Aquí está mejor con su mamá, su papá, sus hermanos y vecinos”“Cuando llegue al pueblo lávese bien los pies donde Práxedes”.“No se meta entre los Orrego, Tamayo o Quinteros, los hijos de Maximiliano Ríos y los de Salvador Restrepo, cuando estén voliando peinilla en Hoyo Frio.“Cuide a su hermano Sonel”.“Acuérdese de esperar a su hermana Edith a la salida del colegio de las Bethlemitas. Es usted el que la espera no ella a usted.”“No pise donde pisa Carlos Villa”.“Si los carniceros están haciendo cacheo en la plaza, súbase a un mango o corra como un verraco”.“Si a la hora del almuerzo está haciendo tempestad, vaya donde la tía Toña; si usted prefiere el restaurante escolar, tómese la cucharadita de aceite de bacalao, sin chistar, como se tuvo que tragar el “quenopodio”.
Estos aportes pretenden agregar algunos de los elementos de reflexión sobre nuestros antepasados, sus actividades, la vida pueblerina, los valores tradicionales y la constitución de las familias, el sentido de identidad y de pertenencia, a la vez que afianzar la propuesta de recuperar el compromiso de todos los marselleses y todas las marsellesas con el desarrollo de nuestro entrañable terruño, hecho al sonido de las herramientas, a la unión de intereses y voluntades sin distingo de color político, religioso, étnico o socio económico y al civismo como la más representativa de las banderas de quienes nos legaron, su ejemplo, el respeto por la naturaleza, el trabajo honrado, la responsabilidad y la distribución de actividades acordes con la edad, el género, siempre pensando en lo mejor y el bienestar para los conciudadanos.

SEMBLANZA DE LA IDENTIDAD MARSELLESA.

Palabras pronunciadas en la Casa de la Cultura de Marsella- Salón Pablo Neruda, el 5 de Noviembre de 1988. Julio Ernesto Marulanda B.


Con la mayor humildad llego a esta Sala que se enaltece con la presencia de ustedes y se honra con el nombre de Pablo Neruda. No soy propenso a los honores, y este, que hoy me otorga generosamente la Corporación de Amigos de Marsella, creo, es inmerecido. Pero lo acepto, más con resignación que con humildad, pues repito, soy ajeno a estos menesteres del coctel y del homenaje.
Los hijos de Marsella son un ejemplo de fidelidad amorosa por la tierra natal; son una avanzada cívica, son el paciente esfuerzo, los insomnes vigías de la comarca; se ausentan, y llevan a Marsella en el alma. Van y vuelven a menudo porque aquí están las raíces del Ser; aquí están los afectos entrañables y aquí está el apremio de los mejores deberes. Nos han dado muchas cosas buenas para honrar estos lares y mantener encendido el fuego sagrado. Todo nos ata a esta tierra. No hay deserciones, ni traiciones, ni olvido. Ahí está CORAMA, FUNDEMAR y CADECOM, ahí están los agremiados y los que no lo están, dando un ejemplo nobilísimo. Y está el recuerdo de nuestros campesinos que llamaban a Monseñor Estrada y a Genovevita Álvarez los Claveros del Cielo. Es que si no resulta cierto, como se asegura, que Marsella está asentado sobre un filón de oro, si tenemos un manantial de virtudes que se resuelven en bondad, en esfuerzo, en voluntad de servicio. Necesitamos de la ayuda de los altos poderes, pero fundamentalmente de nosotros mismos, así nos asedien las privaciones. Sólo los pueblos que saben vivir de si mismos llegan a ser fuertes. Aprovechemos nuestras posibilidades, que nunca nos faltarán medios de subsistencia, pues, según la leyenda, los hombres en la primavera del mundo, comieron tierra.
Necesitamos un lenguaje transparente para hablar de Marsella en una colección de evocaciones, llenas de un encendido amor por los bienes y las cosas mínimas que forman la vida del pueblo: las caminatas al río, los caramelos de los Posada, el cacheo en la plaza con los mangos como burladero, la piscina de Mila con sus piñuelas, el teatro de Abdul, la cancha de la Aurora, las retretas del parque con el bello espectáculo de la mujer ofrecido por las Rodríguez, las hijas de don Emilio, las de don Tista, y las de don Gerardo Correa.
En Marsella se conoce a los hombres por sus ejecutorias. Aquí se dignificaron los oficios, como en los poemas de Carlos Castro Saavedra. Lo mejor de su exaltación es que nos trae la imagen de ayer, y aún la de hoy, porque no desaparecen las antiguas formas de vida, y aún quedan los rancios perfiles de aquellos sabios que conocimos: padres como Julio Ernesto y Adelina, los míos; peluqueros como el Mono Gómez, Gabriel Posada y Salomón; pintores de brocha como el Tío Osorio y Cantarina; choferes como Jesús Toro, Pedro Chiva y Mosca; zapateros como Batea y Gumarra; talabarteros como el Pollino Valencia; herreros como Gonzalo Atehortúa; sastres como Miguel Villada y Julio Giraldo; carpinteros como Gonzalo Villegas y los Morales; albañiles como Julio Zabala y mandaderos como Carlos Villa. Sin faltar la jerarquía de los carniceros, importantísimos personajes, jolgorio de la plaza, filósofos contemplativos de la peladez y la cosecha. La presencia del hombre en el mundo es inseparable de su brega por estar bien, y bienestar es la necesidad de las necesidades. La gente de Marsella sabe tener deseos y capacidad para satisfacerlos. Es manifiesta la vocación del Marsellés por sus logros; ahí vemos a los hijos de don Gregorio Betancourt, invirtiendo gran parte de su patrimonio de luchas laborales, en la construcción de la casa materna en Marsella, porque ellos son de aquí, se sienten de aquí y aquí revierten lo ganado. Es la forma más auténtica de materializar el amor por su Pueblo.
También quiero evocar la memoria de don Manuel Posada, gracias a sus ejecutorias, hoy en Marsella un peatón es más valioso que un caballo y un carro.
Y por supuesto, resaltar la tenacidad política del doctor Carlos Arturo López, canalizada en beneficio de su Tierra.
Y los que no tenemos bienes de fortuna; los que vivimos entre la cosecha que pasó y la deuda que llega; los que compramos el paisaje; los convencidos del infinito poder del saber, invertimos en consejos para que nuestra juventud vaya a la universidad, a realizarse.
Alguien está llorando/, alguien está muriendo/, vamos llorando/, vamos callando/, decía Neruda. Todo está en permanente cambio y hay una descomposición creciente. La segunda guerra mundial arrojó sobre la humanidad muchos despojos. Desde entonces hay zozobra en el mundo. Miedo, muerte, inversión de los valores. Han surgido muchas cosas que conducen a la degradación: el fraude, la desforestación, la migración campesina, el hambre, el desempleo, todo esto dicho en el orden del desorden imperante. En la base, el desplome del hogar como vivero de valores y la autoridad derrumbada aquí y allá y en todas partes, para que el caos impere, la deshumanización impere, y la desesperanza. Hace algunas semanas, el Ministro de Justicia, dijo públicamente que el desorden social, cada día más agudo y persistente, obedece al abandono de los principios morales y religiosos que iluminaron nuestra infancia; reclamó la necesidad del regreso a esas enseñanzas y prácticas, que considera fundamentales en la vida del individuo y en el discurrir de los quehaceres colectivos. Lindo homenaje para nuestras madres, que junto a sus varones hicieron de su existencia un duro pero armonioso código de deberes inapelables. Es también un llamado a las gentes nuevas, un urgente llamado que debe responderse y acatarse. A veces es bueno buscar en el hondón de las tradiciones para encontrar la luz del porvenir.
Los pueblos cercanos a las ciudades, como es el caso nuestro, se ven obligados a resignar muchas de sus aspiraciones, porque aquellas son absorbentes y merman su vitalidad. Hay dependencias fiscales, culturales, de empleo, de suministros, etc. Este pueblo bien motivado, bien encauzado, bien dirigido, dará la medida de su valor. Se trata de deponer odios, rencillas, egoísmos, fulanismos, aunar voluntades y esfuerzos, y avanzar resueltos hacia el logro de un bienestar común. Hay que trabajar en función de Marsella y para Marsella, con estilo y con paso de Marsellés. Ya hay logros felices, como el Jardín Botánico; reconocimientos justos, como la declaratoria del cementerio como Patrimonio Nacional, lo que quiere decir, que es un activo de todos los colombianos; y propósitos en marcha, como la creación del Parque de la Ciencia y la Tecnología, importantísimo en esta hora de la Informática.
No puedo terminar, sin antes referirme a un personaje replegado en su Ser, recogiendo su dignidad de maestro y cuidándola como su propia existencia, para guardar el equilibrio entre el saber, el Ser y el ineludible parecer. Aquel que nos enseñó a pensar como debíamos de pensar y no como él pensaba. Aquel que supo alargar toda dimensión espiritual y extrajo de sus discípulos lo más y superior de cada uno:
Rindo un homenaje de gratitud y admiración al señor Presidente del Concejo, y más que al Presidente, a la persona del señor Presidente. Es mi maestro desde siempre: desde la infancia, en la adolescencia, y ahora. Su ejemplo de maestro formidable desborda las aulas del colegio, desborda el ámbito del Cabildo, desborda el reconocimiento agradecido, aunque silencioso, de sus conciudadanos. Don Tomás Issa es un ejemplo de las mejores virtudes humanas, y su alto influjo espiritual lo honra y honra a Marsella sobre todas las cosas, muy por encima de nuestras pretensiones, de nuestra vanidad y nuestro orgullo.
Robo una frase para dedicarla a nuestro Guía y Maestro: Don Tomás es orgullo del género humano.

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