Un General marselles en la guerra de los mil días

                               Tomado de EJE121.COM.CO

Un general marsellae uno

Con la entrega anterior de esta serie, cerramos el primer capítulo de mi libro Crónicas de vida en tiempos de guerra, recientemente publicado por Amazon en la colección de mis Obras Escogidas.

En este caso ya no son Crónicas de vida, que identifican esa parte inicial, sino Crónicas de guerra, donde ésta aparece en diversos relatos que van desde la Guerra de los mil días, a comienzos del siglo pasado, hasta El Bogotazo y La Violencia a mediados de dicha centuria, para concluir en el narcotráfico y la guerrilla de las últimas décadas, terribles flagelos que los colombianos aún estamos padeciendo.

Entremos, pues en materia.

Un paisa de siete suelas

Eliseo Villa era de Sopetrán, Antioquia. Era paisa, mejor dicho. Con el tiempo, llegaría a ser uno de los primeros colonizadores del Viejo Caldas, por allá en la segunda mitad del siglo XIX, aunque su nombre no se haya registrado en alguna de las monografías locales, ni siquiera en la de Marsella. O en la de Segovia, para ser exactos.

Pero antes de llegar a esto, como pionero en la conquista de las tierras que por cierto llevaban su apellido en un comienzo: Villa Rica de Segovia, conviene anotar que su padre, ya viejo, se había casado con Rita González Builes, digna representante de la familia Builes que tantos personajes ilustres le ha dado al país, incluidos prestigiosos jerarcas de la Iglesia como, por ejemplo, monseñor Miguel Ángel Builes, quien forma parte de la historia nacional aunque muchos colombianos no sepan todavía que haya existido.

Lío conyugal por política

En tales circunstancias, era de esperarse que la madre, doña Rita, resultara conservadora. Y lo era en sentido estricto, hasta los tuétanos, hasta lo más profundo del alma, del alma de los Builes, a diferencia de su esposo, Manuel Antonio Villa, quien para desgracia suya resultó liberal y, para colmo de males, miembro del liberalismo radical que por aquellos días tuvo su epicentro allí cerca, en Rionegro, bajo las orientaciones del general Tomás Cipriano de Mosquera, conocido como Mascachochas.

                                                                             Monseñor Builes
Había, entonces, conflictos familiares por razones políticas, partidistas, pero igualmente religiosas. Así, mientras el padre fungía por principio, por lealtad doctrinaria, de anticlerical dispuesto a apoyar la expulsión de los jesuitas y la expropiación de los bienes eclesiásticos, la madre sólo aceptaba la máxima autoridad de la Iglesia, con monseñor Builes a la cabeza, como representante legítimo de Dios en la tierra, mientras iba a misa y comulgaba todos los santos días.

Al parecer, la mujer se terminó imponiendo en las disputas conyugales. Cosa rara, es verdad, dado el machismo ancestral de los antioqueños. Pero, recordemos que el esposo era anciano, débil con seguridad, y ella era Builes, de los Builes acostumbrados a ejercer el poder absoluto desde los lejanos tiempos coloniales.

Guerra en la sangre

Por ello, en una de las numerosas guerras civiles de la segunda mitad del siglo XIX, cuando el estado soberano de Antioquia osó enfrentar al del Cauca, doña Rita fue quien impuso la santa voluntad de que Eliseo, uno de sus hijos con escasos 16 años de edad, se fuera a luchar en nombre de la iglesia, de la religión católica, como si la campaña emprendida desde las montañas antioqueñas fuera una moderna cruzada por la liberación de lugares sagrados, perdidos en el sur del país.

Poco tiempo le tardó a Eliseo comprender que aquella no era una guerra religiosa sino política, entre los partidos liberal y conservador movidos por intereses regionales, y que, en consecuencia, había sido engañado por su madre, a quien no dudó en reclamarle por haber mentido.

No obstante, la guerra se le metió en la sangre e inició así una brillante y meritoria carrera militar que años después tendría ocasión nuevamente de poner a prueba, jugándose la vida. En la Guerra de los Mil Días (1899-1902), nada menos.

Lo cierto -¡válgame Dios!- es que Eliseo se volvió liberal, contra la voluntad materna. O triunfó simplemente la filiación política del padre, quien además, por su avanzada edad, no tardó en morir, quedando doña Rita al frente de las obligaciones familiares, ahora sí con el poder supremo ante sus hijos con la única excepción del joven militar que prefirió en cambio tomar las de Villadiego e irse a vagar por el mundo, como cualquier paisa que se respete.

El tronco de los Villa

Eliseo fue a parar, en una de sus muchas correrías, a Pácora, municipio fundado poco después de la independencia nacional en 1819. Eso fue cosa, por lo visto, del destino, pues allá se enamoró perdidamente, hasta la locura, de la hija del alcalde, Ana Rosa Gutiérrez, a quien le propuso matrimonio en un abrir y cerrar de ojos.

                                                                          Carlos Arturo López
Pero, vaya uno a saber qué vueltas dieron los nuevos esposos para terminar ahí, pasando de Pácora a Marsella, naciente población que entonces pertenecía al estado soberano del Cauca, según consta en los papeles traídos desde Popayán por don Ramón Zafra.

Fue acá, pues, donde ellos hundieron sus raíces, las cuales son tan profundas que se remontan hasta él, don Eliseo Villa (tronco original de los Villa, una de las familias más tradicionales de la antigua Segovia), quien nunca imaginó que con el tiempo su sangre dejaría el espíritu rebelde para presidir el gobierno departamental a través de uno de sus bisnietos, Carlos Arturo López Ángel, ya sin el liberalismo radical a cuestas.

General de Uribe Uribe

Y es que Eliseo era rebelde, un liberal de armas tomar, que cuando le tocaba se iba a hacer matar por su partido, por el liberalismo visceral de su padre, a pesar de los continuos rezos maternos para que abandonara sus malas inclinaciones ideológicas hacia el pecado, hacia el mismísimo demonio, quien comandaba, en opinión de doña Rita, las tropas del general Mosquera y cuantos le seguían.

Nadie, pues, se extrañó (mucho menos su esposa Ana Rosa, como tampoco sus hijos: Epaminondas, Cicerón, Diógenes, Edelmira…), cuando, al estallar la Guerra de los Mil Días, hacia 1899, Eliseo decidió irse del pueblo para integrarse a las tropas del general Rafael Uribe Uribe, ¡también con el flamante título de general, el general Eliseo Villa!

Rafael uribe Uribe

                                                                                     Rafael Uribe

¿Era de veras un general?, se preguntará. No, al parecer. Sí debe haber tenido algún rango militar, pero no tan alto. Y si en Marsella le calificaban así, era a lo mejor como apodo o por la tácita referencia a sus actividades bélicas, cuando no porque en aquellos días, en cada guerra civil que empezaba apenas concluía la anterior, los dueños de fincas se autoproclamaban generales y partían con sus trabajadores a manera de ejército, otorgándoles títulos de comandantes, tenientes y oficiales a humildes campesinos.

Pero, es igualmente posible que fuera general en sentido estricto, con todas las de la ley. Es lo que al menos aseguraba su nieto Arturo López Villa, con base en un artículo publicado por el diario La Patria de Manizales en los años cuarenta y suscrito por Enrique Valencia Ramírez, prestigioso historiador oriundo de Santa Rosa de Cabal.

La toma de Armenia

Según ese investigador, los generales Eliseo Villa y Miguel Echavarría se tomaron por asalto a Armenia, incipiente ciudad con una óptima posición geográfica para lanzar ataques hacia las poblaciones vecinas al estar en un punto intermedio entre Medellín y Bogotá, sin hallarse muy retirado de Cali y, por tanto, de Popayán.

Eran los comienzos del siglo XX. De este modo, ambos militares comandaban ejércitos liberales que aún seguían en la contienda, sin doblegarse al poder de las armas oficiales. Permanecían firmes, erguidos, combatientes, en nombre del partido liberal, con las ideas libertarias heredadas de la Revolución Francesa y de los recordados héroes de independencia.

Eran, en fin, los reductos de esa guerra -decía don Arturo, con una emoción que lo dejaba al borde del llanto-, la última guerra civil del siglo XIX y la primera del XX para consolidar la prolongada Hegemonía Conservadora que sólo culminó en 1930, cuando nació la República Liberal.

Una muerte anunciada

Llevaban las de perder, más aún cuando el gobierno central, localizado en Bogotá, impartió la orden de que el batallón Palacé, acantonado en Buga, abandonara el camino a Pasto, hacia donde se dirigía, para enfilar baterías contra los rebeldes de Armenia, quienes se tendrían que enfrentar así no sólo a esta tropa sino también a las enviadas desde Manizales e Ibagué, desde Santa Rosa y Pereira, todas a una para encerrarlos por punta y punta, sin dejarles la mínima posibilidad de salvarse.

Eliseo, a propósito, fue víctima de “unas fiebres aterradoras” que le obligaron a huir y refugiarse en la montaña del Torrá, en Chocó, al tiempo que el general Echavarría, encargado de librar una batalla relativamente fácil de ganar por sus adversarios, fue detenido, enviado a Cartago para su fusilamiento, pero la historia cuenta que, cuando los soldados levantaron sus rifles y sólo esperaban la orden de matar, él se quitó la venda que cubría sus ojos y gritó a todo pecho, para que el pueblo entero le oyera: “¡Disparen, hijueputas!”.

Días después, el general Villa fue detenido tras una intensa búsqueda. Lo asesinaron tan pronto le vieron, sin juicio previo. Y era tal la leyenda en torno a su nombre, a los poderes mágicos atribuidos por sus fieles seguidores, que los soldados al dispararle dudaron por un momento de haber logrado su cometido, temiendo acaso que cobrara venganza contra ellos, ahí mismo, en el sitio del crimen.

Fue entonces cuando decidieron rematarlo, disparando diez y veinte y treinta veces contra su cuerpo inerte, sin vida.

Sin escuchar a doña Rita

Cuando la madre, doña Rita González Builes, se enteró de la trágica muerte de su hijo, no dudó en escribirle una carta a su nuera Ana Rosa para decirle, a modo de advertencia, que por nada del mundo permitiera que los niños huérfanos siguieran el triste camino de su papá, víctima de las ideas liberales, ateas, contrarias a la fe católica. “Debes criarlos -le ordenaba, con la autoridad incuestionable de una suegra- como conservadores auténticos, defensores de la religión cristiana y de nuestra iglesia”.

Pero dichos deseos no fueron atendidos, en honor a Eliseo. Al contrario, todos sus hijos, como doña Gilma Villa, fueron liberales, igual que todos sus nietos y bisnietos, entre quienes se cuentan Arturo López Villa y Carlos Arturo, el ex gobernador.

Fue la única batalla que a lo mejor ganó don Eliseo Villa, un general que ni siquiera se menciona en la monografía municipal de don Célimo Zuluaga.

(*) Autor del libro “Crónicas de vida en tiempos de guerra” (Amazon, 2021) 

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